Se acabó la fiesta
En los últimos años, hemos visto la irrupción de una nueva ola de políticos y partidos que prometían ser la solución a los problemas tradicionales de la política: acabar con los chanchullos, el despilfarro público y la corrupción. Figuras como Donald Trump, Jair Bolsonaro, Javier Milei, o Santiago Abascal y Alvise Pérez –aquí en España–, junto con sus partidos Vox y Se acabó la fiesta, llegaron al panorama político con un discurso claro: barrer con la vieja clase política corrupta y devolver la estabilidad a las instituciones saneando la economía y «haciendo las cosas como Dios manda». Sin embargo, no pasó mucho tiempo antes de que su verdadera agenda quedara expuesta.
A pesar de su retórica populista y su aparente cruzada contra la corrupción, muchos de estos líderes han sido rápidamente descubiertos como parte del mismo sistema que denunciaban. Se repiten los titulares que destapan sus verdaderos intereses: enriquecerse a sí mismos y favorecer a sus ‘oscuras amistades’. En España, Vox, un partido que se presentaba como la salvación ante los abusos del establishment, ha sido noticia por la subida de sueldos de casi todos sus representantes electos nada más tocar poder, así como la de Abascal y otros líderes del partido que se han repartido casi 650.000 euros al margen de sus salarios públicos. Esto choca frontalmente con el discurso de austeridad y responsabilidad que esgrimían al entrar en la política.
Por otro lado, personajes como Alvise Pérez, que se autoproclamaba defensor de la verdad y la justicia y que prometía acabar con el despilfarro de los políticos –de ahí el nombre de su partido ‘Se acabó la fiesta’–, se ha visto envuelto, con todo tipo de detalles, en una trama de financiación ilegal a cambio de futuras medidas fiscales que beneficiaran a sus patrocinadores, tema que ya está bajo la atenta mirada de la Fiscalía.
Estos ejemplos no son aislados, titulares como el de que una alcaldesa de Vox se sube el sueldo a 2.500 euros en un pequeño pueblo con escasos recursos, hasta figuras internacionales como Trump o Bolsonaro, que han usado sus cargos para beneficio propio, queda claro que estos supuestos ‘outsiders’ son, en muchos casos, simples oportunistas.
Lo más preocupante no es solo la falta de ética de estos personajes, sino que aún así, logran captar una gran cantidad de votos. A pesar de las evidencias de su avaricia y desprecio por el bienestar ciudadano, muchos continúan creyendo que representan la solución a sus problemas, pero la realidad muestra que estos líderes solo buscan engrosar sus cuentas, mientras los problemas de la ciudadanía quedan, una vez más, relegados a un segundo plano.