Salir de los rebaños
Cuánto podríamos avanzar entre todos si nos saliéramos de nuestros rebaños, esos que tenemos ahí al alcance y en los que nos integramos voluntariamente y entusiastas, convencidos como corderitos obedientes y sin rechistar ni cuestionarnos nada. Cuando en alguna ocasión escuche o lea que reprochan a alguien ser sectario, por ahí van los tiros. Igual que hay ‘tribus urbanas’ (góticos, hipsters, raperos…), con sus estéticas y gustos compartidos, idénticos para todos, pues también están las corrientes políticas, liberales o neoliberales, socialistas-socialdemócratas, progresistas y algunas más, igualmente todos clonados. Porque la mayor miseria, el común denominador a todos, radica en que nadie se sale del guion: ante cualquier noticia, no hace falta mucho ingenio para prever lo que va a decir cada cual, desde su “corral”. Quien lo intenta, se convierte en díscolo y suele acabar solo, defenestrado.
¿Cuándo vamos a ver a un sindicalista, por ejemplo, reclamar al Gobierno que las bajas laborales las pague el Estado y no la empresa, desde el minuto uno, a menos que se haya originado por un accidente de trabajo o enfermedad causada en el tajo? ¿Por qué tiene que asumir la compañía un problema de salud del trabajador? Aparte de que es de justicia, si no tuviera ese gasto imprevisto podría generar más empleo que ahora, que sufraga el puesto de trabajo inactivo y su sustituto, es decir, 50% de productividad sin remedio.
¿Y cuándo veremos a un dirigente patronal, también por poner un ejemplo, denunciar que marcas tan glamourosas como Dior o Armani venden hasta a 2.700 euros bolsos y complementos de moda fabricados por entre 58 y 90 euros con mano de obra esclava, inmigrantes chinos en talleres radicados en Italia? Igualmente, además de por sentido de la justicia, atajar esos abusos beneficia al resto de fabricantes que operan respetando los derechos laborales, para quienes estas prácticas resultan una competencia desleal.
En cambio, todas estas versiones de la realidad cotidiana se pasan sistemáticamente por el tamiz de los prejuicios y cada uno se mete en el corsé de los de su cuerda, sin el más mínimo espíritu crítico. La ideología así está muerta, estática, inmóvil, no evoluciona ni aprende de sus errores, no se retroalimenta. Una de las últimas muestras de esta visión tan estereotipada de todo la han mostrado los dos líderes de nuestros partidos mayoritarios, Pedro Sánchez y Alberto Núñez Feijóo, que se han hecho la foto con influencers, por supuesto, afines a sus discursos respectivos. En el caso de uno de ellos, Pedro Buerbaum, un exponente de ese perfil de triunfadores que arengan a miles y miles de jóvenes a no pagar impuestos. En fin, sólo puedo proponerle que se compre un dron y para salir de su casa vuele por la ventana sin tocar la calle ni las carreteras, se pague su seguro médico privado y guardia de seguridad por si enferma o le quieren robar/atacar… ah, y que nos devuelva a los españoles el dinero que costó su educación -para lo que le sirvió, además-, porque parece que no tiene claro que todo eso y muchos servicios públicos e infraestructuras que él utiliza a diario se financian con dinero de todos. Hasta el Internet que le da a él de comer llega a sus clientes gracias a fondos públicos invertidos en redes de telecomunicaciones.