por José Luis Rico
El feminismo ha sido una bandera fundamental en la política española en los últimos años, y Podemos se ha erigido como su más ferviente defensor. Desde las tribunas del partido morado, figuras como Juan Carlos Monedero e Íñigo Errejón han predicado la igualdad de género, la erradicación de la violencia machista y la lucha contra el patriarcado. Sin embargo, la reciente avalancha de denuncias contra Monedero y las revelaciones de su comportamiento depredador evidencian la hipocresía de quienes enarbolan el discurso feminista mientras actúan en la sombra de la forma más ruin.
Podemos recibió, en septiembre de 2023, al menos dos denuncias internas contra Monedero por conductas que van desde el acoso verbal hasta tocamientos no consentidos. El escándalo, lejos de ser un incidente aislado, deja entrever un patrón de comportamiento que, según varios testimonios, era un secreto a voces dentro del partido. Mujeres vinculadas a la organización relataron episodios de manoseos, abrazos invasivos, comentarios fuera de lugar y hasta intentos de besos forzados por parte del fundador de Podemos. Y mientras estos actos ocurrían, los mismos dirigentes que defendían la «tolerancia cero» ante el machismo miraban hacia otro lado.
La respuesta del partido ante estas denuncias fue tibia y tardía. No hubo una expulsión inmediata, ni una condena contundente. Podemos alega que apartó a Monedero de los actos públicos, pero nunca llegó a comunicarle oficialmente las razones. De hecho, el propio acusado asegura que ha seguido participando en eventos de la formación por toda España sin ningún impedimento. El silencio de la cúpula morada, la falta de apoyo a las denunciantes y la opacidad en la gestión de este escándalo demuestran que el feminismo de Podemos no es más que un instrumento de marketing político.
Lo más indignante es que esta no es la primera vez que figuras destacadas del partido son señaladas por comportamientos machistas. Hace años, el excompañero de Monedero y cofundador de Podemos, Errejón, también fue denunciado por una agresión, aunque el asunto quedó sepultado entre los discursos progresistas de la formación. Después ha pasado lo que ha pasado. Resulta irónico que quienes han convertido el feminismo en una de sus banderas políticas terminen protagonizando los mismos abusos que tanto dicen combatir.
El caso de Monedero, además, expone la doble moral de la izquierda en España. Mientras Podemos señala con el dedo y exige la cancelación inmediata de cualquier persona acusada de machismo fuera de su órbita, cuando las denuncias salpican a sus propios dirigentes, las reglas cambian. Se recurre a tecnicismos burocráticos, se alega falta de pruebas, y se pide la presunción de inocencia, algo que rara vez conceden a sus adversarios políticos.
Este episodio no solo desacredita a Monedero como individuo, sino que pone en entredicho la integridad del movimiento feminista instrumentalizado por Podemos. Las mujeres que alzaron la voz dentro del partido no encontraron el respaldo de aquellos que decían defenderlas, sino el silencio cómplice de quienes prefirieron proteger a un “amigo”. Este caso debería servir como un recordatorio de que el feminismo no se demuestra con discursos grandilocuentes ni con leyes efectistas, sino con hechos concretos. Y cuando los hechos contradicen las palabras, la hipocresía queda al descubierto.