Opinión

La sociedad de la nieve

El título del libro y de la película me parece tan redondo que lo hago mío también para este artículo. Más allá del morbo que siempre ha rodeado aquel drama original de ‘¡Viven! La tragedia de los Andes’, por lo de comer carne humana, esta experiencia estremecedora de los jóvenes jugadores de un equipo de rugby uruguayo con sus acompañantes cuando se estrellaron en la cordillera merece un análisis antropológico. Tal como comentan algunos de sus protagonistas, se diría que ellos eran una especie de cobayas humanas puestas a prueba para conocer los límites físicos y psicológicos de la especie.

La aprensión lógica que todos tendríamos en el momento de alimentarnos de nuestros congéneres sólo representa una de las dificultades a que se enfrentaron. Al fin y al cabo, el esfuerzo de enfrentarse a ese dilema moral viene de prejuicios -lógicos- ya que si a uno le sirven mezcladas esas vísceras o los músculos con los de otro animal seguramente habrá pocas diferencias. Todo está en nuestra mente.

Me fascina más el ingenio que demostraron avivado por el instinto de supervivencia, desde fundir nieve gota a gota durante horas para tener agua -lo más perentorio- hasta coser un saco de dormir con cables eléctricos de cobre y material aislante del recubrimiento del avión, por poner dos ejemplos de argucias que les salvaron la vida. Y más aún, como la mayoría llegó a la conclusión de que habían alcanzado un espíritu colectivo inquebrantable, una “sociedad de la nieve” en la que todos se entregaban a un bien común, desinteresado y altruista, un afán por buscar lo mejor para todos y olvidarse de individualismos. Con el exponente máximo de dar permiso a los demás para usar su cuerpo, en caso de morir. “Nunca fuimos mejores personas que en la montaña”, corroboran varios de estos héroes modestos en sus testimonios para el libro de Pablo Vierci, que ha inspirado el largometraje del director Juan Antonio Bayona. Sin duda, un mensaje valioso y digno de estudio para los filósofos.

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