Valentía frente a los rentistas
El problema de la vivienda, el más trascendental en estos tiempos para la mayoría de mortales, no resulta tan complejo ni inescrutable (como los caminos del Señor). Sin restar importancia a factores como la falta de suelo urbanizable en algunas ciudades, sobre todo, a precio razonable, creo que el quid de la cuestión está en que el PSOE no quiere tocar a los rentistas. No se trata de ningún lobby organizado, no les hace falta, porque representan muchos votos, conforman un sector de la población transversal que llega a todas las capas sociales, no sólo a los más pudientes.
Nadie puede negar la legitimidad de ahorrar para comprar uno o varios pisos y vivir de rentas, como se suele decir, pero esa dinámica tiene un precio que se ha convertido en inasumible para el resto: tira de los precios tanto de venta como del alquiler. Máxime cuando los apartamentos turísticos se han convertido en otro motor imparable de la economía capitalista. Igualmente legítimo. Pero un Gobierno tiene que pensar en la mayoría y la vivienda tiene -por fin- que garantizarse como derecho, no puede estar supeditado a su valor como inversión. Y para corregir esta disfunción grave de nuestro sistema hace falta valentía. Quien se atreva a gravar fiscalmente al rentista —tal como plantea Gabriel Rufián con acierto— se arriesga a perder muchos votos. Si se edifican todas las viviendas que hacen falta a precio tasado (llámese VPO, vivienda pública, social… da igual) y al mismo tiempo se hace tributar más a quien invierte en ladrillo, habrá cobijo para todos. Eso entrañará reajustes y una reconversión, porque los márgenes de los promotores y las constructoras se reducirán también, pero el empleo que se pierda en el sector se compensará con el generado para levantar pisos y casas desde el sector público (o concertado). Y, sobre todo, cuando la mayoría de las jóvenes parejas y, en general, todo aquel que necesite vivienda, no tenga que pagar estos precios abusivos y desorbitados, aumentará el consumo y la demanda interna, con lo que habrá nuevos puestos de trabajo en otras actividades económicas, desde el comercio a la hostelería.
Incluso desde el punto de vista egoísta y electoralista, el partido político que se atreva con ese cascabel y ese gato, hacer que el ladrillo no sea tan negocio, a la larga ganará votos, porque hay más necesitados de un techo que ahorradores acomodados. “Y aquí cabemos todos, o no cabe ni Dios”, como cantaba sabiamente Víctor Manuel, en otro contexto sobre el dilema dictadura-democracia, ahora también en boga. El reto está ahí; a priori, el PP no parece probable que lo asuma (ojalá, en el caso de que gobierne pronto tal como apuntan las encuestas), y menos si tiene de compañero de viaje a Vox. Únicamente se vislumbra ese camino en caso de que al PSOE le aprieten desde la izquierda y se olviden en Podemos, Sumar, IU de la receta de fiarlo todo a intentar poner topes a los alquileres, una medida con efectos limitados y que no ha cuajado en varias ciudades europeas.