Por Juan José Fernández, escritor
Cambio climático, calentamiento global y otros muchos términos que definen la grave situación de deterioro al que está llegando nuestro planeta Tierra, no es algo que a estas alturas sorprenda a nadie, puesto que son muchos los años, muchas las décadas en que científicos expertos en la materia, ecologistas y gentes que, aún no perteneciendo a estas instituciones o grupos activos en defensa de la conservación de la Naturaleza, tenemos consciencia del expolio y falta de respeto al que viene siendo sometida esta gran casa de todos que es nuestro globo terráqueo.
De tarde en tarde, se vienen celebrando pomposas concentraciones, o cumbres ostentosas en las que se prodigan compromisos y propósitos de enmienda casi a sabiendas de que no se habrán de cumplir: las restricciones prometidas para frenar, al menos, el saqueo, a la vez que la salvaje contaminación de este planeta nuestro. Para muchos, no es motivo suficiente para poner freno a la gran economía mundial y a los que dirigen esta colosal potencia, en la que los que representan los poderes políticos, sólo son siervos de los dioses del gran poder que impera: el dinero.
Nuestro país, desgraciadamente, con la situación angustiosa a la que se ha llegado en Doñana por causa de la dejadez reinante desde hace años, podría servir de botón de muestra para considerar el alcance que pueden tener asuntos de tal envergadura si no se les pone coto o se frenan a tiempo. El Gobierno autonómico y el Gobierno central se tiran los trastos a la cabeza entre sí culpándose de la desidia a la que se ha llegado con el asunto de Doñana, y lo cierto es que los que vemos el conflicto desde una posición neutral, la única conclusión que sacamos es que ambos antagonistas han entrado en un callejón sin salida.
Según se sabe, a medida que las lluvias han venido escaseando (y ya son décadas las que se sufre esta tendencia) los cultivos en tierras de secano habían llegado a ser inviables si no se transformaban en nuevos regadíos, surtiéndose de los acuíferos que alimentaban a Doñana, sacrificando con ello la subsistencia de estas marismas que suponen una auténtica joya por su gran valor medioambiental. El error cometido con esta decisión fue mayúsculo, ya que no sólo hirieron de muerte a este parque natural, sino que la progresiva escasez de agua también está afectando seriamente a los regadíos implantados, ilegales los más de ellos.
El problema, el drama que ya se veía venir y en el que nos encontramos inmersos gran parte del planeta Tierra es que consumimos mucha más agua de la que genera la meteorología y al asunto no se le ven trazas de solucionarse. ¿Tal vez las desalinizadoras de agua de mar? Aunque su factura energética, por ahora, resulta muy costosa.
Todas estas leyes explicarlas bien en las zonas rurales, con los que durante siglos viven con animales, con sequías, con inundaciones, etc, etc, y ven como unos urbanitas con un perrito con abrigo, llega a explicarles cómo es el mundo.