Por José Luis Fernández Rodrigo, periodista
El interminable debate encendido por los indultos a los independentistas me deja frío. A pesar de la escasa sintonía que tengo con los postulados del ¿republicano? Oriol Junqueras y menos aún con Carles Puigdemont, los “Jordis” y el resto de los herederos de la Convergència i Unió (CiU) de los Pujol, me parece absurdamente desproporcionado que hayan pasado tres años en el trullo por una fantochada que duró ocho segundos.
Usted como yo habrá oído muchas veces los comentarios del tipo “las leyes están para cumplirlas”... “son iguales para todos”... “si cometieron un delito, que lo paguen”. Cierto. También es ilegal aparcar en la zona azul sin rascarse el bolsillo y hasta se te lleva el coche la grúa y te pegan un sablazo de ciento y pico euros por la infracción. Después de pagar el IBI por tu casa y el impuesto de vehículos (entre otros muchos), ¿hay derecho a que te cobren por aparcar en la calle, que es de todos?
Pues meter en la cárcel a unos políticos con delirios de grandeza que montaron simbólicamente un nuevo Gobierno efímero y fugaz -la república más breve de la historia- no representativo de la mayoría de los catalanes y, por lo tanto, ilegítimo, resulta igual de grotesco.
Cierto que cometieron también malversación de fondos públicos, que sí es más grave, pero tampoco se embolsaron el dinero, lo malgastaron en un referéndum patético sin fundamento ni rigor. Todo con la misma lógica: el delirio de grandeza de proclamar un nuevo régimen en nombre de la “libertad” (¿les suena?, es lo de hacer “lo que nos dé la gana).
Una sanción, una inhabilitación temporal, hubiera sido más proporcionada y acorde al aquelarre nacionalista. La amplia mayoría de la sociedad catalana quiere un referéndum, lo que no implica que vayan a votar por separarse de España, pero esas urnas habrá que colocarlas tarde o temprano.
Los indultos son un parche, un gesto que seguramente no va a hacer que se caigan del burro los independentistas. Pero ese parche repara en parte un exceso de nuestro Código Penal con el delito de “sedición”. Si a los ocho segundos, el propio Puigdemont abortó la misión y declaró extinta ya aquella supuesta república, ¿qué más arrepentimiento hace falta? Se arrepintieron nada más cometer su fechoría...
Esa animadversión, ese sentimiento que ha arraigado al norte del Ebro, tiene más de saparatismo de Madrid como capital del Reino, que de España en su conjunto. Ya lo he dicho en estas páginas otras veces: la “medicina” está en repartir los ministerios entre Madrid y Barcelona, un Gobierno bicéfalo. Está en el ADN humano: tiene la misma lógica (ilógica) que la rivalidad Elche-Alicante, Málaga-Sevilla, León-Valladolid...