
Moción de confianza o de censura, y veto a los pagadores
Silbar y mirar para otro lado a ver si escampa no vale. La gangrena de la democracia se llama corrupción y en estos momentos se ha diagnosticado grave y en un órgano vital: un Ministerio del Gobierno en el que se han repartido -presuntamente- mordidas a cambio de contratos públicos. Tampoco cuela ya eso de que alguien le ha salido “rana” al presidente (¿les suena, lo patético que era hace unos años con otra conocida dirigente política?) y de que la corrupción se circunscribe al PSOE. Sobre todo, porque ese partido sustenta el poder Ejecutivo, el que manda, y dos de los principales sospechosos de la trama –Santos Cerdán y antes José Luis Ábalos– eran nada menos que sus máximos (i)responsables.
El Parlamento tiene que pronunciarse para legitimar o no a Pedro Sánchez, quien debería dar el primer paso por ética política: moción de confianza. Los socios de la investidura deben refrendar o revalidar el apoyo porque las circunstancias han cambiado sustancialmente desde entonces. ¿Qué haría yo en su piel? Pues difícil papeleta, viendo la alternativa con Vox en la ecuación. Los nacionalistas catalanes, vascos y canarios de derechas ya se han entendido otras veces con el PP, no sería ninguna novedad. Tristemente, esas alianzas en el pasado se cimentaban simple y llanamente en pasar por caja, arrancar dinero público, prebendas y privilegios para sus territorios. Desde el liberalismo, claro, pura coherencia ideológica de aquellos convergentes y peneuvistas. Es más, hace tiempo que lo veo venir y sólo era cuestión de llegar al momento adecuado, probablemente tras las próximas elecciones generales. Cuando ocurra y asistamos a la reedición de pactos PP–PNV–Junts (el cambio de siglas de Pujol a Puigdemont no pasa de pura cosmética), a ver si Gabriel Rufián y ERC toman nota para el futuro, cuando se alían con estas gentes de bien para gobernar Catalunya. Toma republicanismo de izquierdas…
Si Perro Sanxe -este autoapodo que ahora ya no tiene mucha gracia- sigue atrincherado, entonces debería Alberto Núñez Feijóo lanzar el órdago de la moción de censura, igualmente por ética. Ni siquiera en el supuesto de que la pierda, se le podrá reprochar que ha errado el tiro, porque así se retrata a cada partido en este impasse. Allá cada cual con su responsabilidad de mantener a un Gobierno manchado, en el que ya de entrada debería dimitir el ministro de la cartera donde se investigan los sobornos. Óscar Puente no tiene vela en este entierro, pero ya tendría que haber abierto una investigación interna, auditoría o como se quiera llamar, porque ese amaño de contratos de obra pública tuvo que contar con cómplices entre los técnicos de su departamento. Y si los mecanismos de contratación han fallado, también tiene la responsabilidad el máximo responsable ministerial, por acción u omisión. Lástima que un buen gestor como él, que lo ha demostrado en la catástrofe de la DANA, por ejemplo, tenga que pagar los platos rotos y los desmadres sexuales de otros, pero su pasividad tras estallar el escándalo y la técnica del avestruz no son de recibo. Al menos de momento, tiene que apartarse y, si es posible, no calentar más el ambiente en redes sociales con sus embestidas a políticos del PP. Hay que tener más clase que los aficionados a la “fruta” y el “txapapote”, no rebajarse a su (bajo) nivel.
Y aparte de la limpieza general en el ámbito político, toca ‘desinfectar’ también la herida por la parte de los pagadores, los sobornadores que se burlan, para empezar, de los otros empresarios -la mayoría- que compiten en buena lid en el mercado para tener contratas. Muchas voces se han alzado ya para que se meta mano a los corruptores, no sólo a quienes se han corrompido. Una vez más, el presidente de la patronal CEOE, Antonio Garamendi, ha salido a defender al gremio de un ataque que nadie hizo, manipulando con el mensaje de que se había acusado a todas las empresas, una generalización que sólo existió en su imaginación. De paso, le traicionó el subconsciente al simplificar con que únicamente puede haber corrupción del político… En fin, no vamos a echar mano de símiles ordinarios de baja estofa, pero tan culpable es el que da como el que toma. Si yo dirigiera una constructora, maldita la gracia que me haría saber que en los concursos públicos hay tongo para que unos pocos listos -del Ibex 35, para más inri, los “menesterosos” del sector- se lo lleven crudo mientras los demás hacen el primo. Lo mínimo que habría que imponer es el veto para presentarse como contratista, nada de inhabilitar a un ejecutivo o directivo concreto, no, hay que castigar a toda la compañía. Así se cuidará en el futuro de que nadie de su staff ande pagando comisiones en su nombre.