Opinión

Luis Pla


Pla Ventura se ha ido a revolicar el cielo y a reír con los ángeles hablándoles apasionadamente acerca de la tauromaquia o de su admirado Facundo Cabral.

A Luis Pla Ventura, nombre formal del alias literario Pla Ventura, lo conocí hace muchos años cuando ESCAPARATE daba sus primeros pasos en la calle San José o en la Costereta de San Antonio. Luis tenía una pasión única, una incontinencia torrencial en la palabra, el gesto de ánimo o el dinero a la hora de apoyar una causa empresarial que por aquella época era crear y mantener un periódico comarcal que abarcaba su pueblo de nacimiento: Tibi, del que nos daba noticia y contactos para que su presencia fuera constante en el periódico.

Nacido y viviente en Tibi, era un tibero de pro y nos contaba los procelosos y agitados momentos políticos de su pueblo así como las cosas de más relieve social o cultural del pueblo que dejaba cada mañana para ir a su querida fontanería Montacal, que había radicado en Ibi desde hacía muchos años.

Allí, en Montacal, a lo largo de sus distintos emplazamientos en Ibi, nos solíamos ver ya que ambos teníamos una afición común: el libro impreso en papel. Luis o Pla Ventura era un grafómano, es decir, un maniático de la escritura, una persona apasionada que escribía sobre sus pasiones: la tauromaquia (Las desgarradas entrevistas de Pla Ventura), su madre (Se llamaba Soledad), el cantautor argentino Facundo Cabral o su admirado Rafael Climent (Sencillamente… don Rafael), entre otros.

En algunos casos esta grafomanía le ocasionaba problemas en el negocio porque era muy directo en sus juicios sobre las personas o le dedicaba demasiado tiempo en detrimento de la familia o del negocio, pero no se entendería a Luis Pla sin esa grafomanía. Trabajamos juntos él y yo en la corrección de textos y en la edición de los libros que no editaba con ánimo de lucro sino como forma de expresar por escrito “retazos de su gente”, gente a la que le regalaba luego los libros sin mayor problema.

Se nos ha ido a revolicar a otra parte, pero nunca le olvidaré: sus anécdotas, sus consejos empresariales, su risa contagiosa, su pelo blanco alborotado como de querubín viejo y ese ánimo indestructible que mantenía ante sus vicisitudes personales o empresariales.

Adiós, Luis (o hasta pronto, quién sabe).

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