
Los aranceles de Trump, menuda oportunidad
Puede parecer a bote pronto un disparate, pero ni mucho menos. La jugarreta sucia de imponer aranceles después de muchos años e incluso décadas de que se haya impuesto a escala internacional la sagrada libertad de comercio me parece una oportunidad. Ya que el “gendarme del mundo” se salta sus propias leyes, tenemos ahora nosotros la justificación para hacer lo propio. ¿Con más aranceles en sentido contrario? No, mejor aún, vamos a evaluar rápidamente cuáles son nuestras empresas exportadoras, las que certifiquen que vendían en Estados Unidos hasta ahora, y bonificar con ese 15% (o el porcentaje que aplique el fantoche de los flequillos) el precio de los productos de esas compañías si se compran en España. Salimos todos ganando: el consumidor paga más barato, el fabricante o productor compensa con esta ventaja aquí la zancadilla que le han puesto en el exterior. Y, sobre todo, fomentamos la economía nacional, la que sustenta nuestro crecimiento y nuestro empleo.
Todavía resultaría más beneficios aplicar esta fórmula a escala europea, con un mercado de mayor dimensión y con la fuerza que da la unión de países frente al abusón yanki, que no podría plantearse represalias mucho más al alcance suyo si apunta contra una sola nación. Es más, esta receta habría que mantenerla de manera permanente, porque quienes operan en el comercio exterior saben de sobra que el mercado norteamericano siempre ha estado blindado frente a importaciones, por mucho que de forma cínica hayan demonizado el intervencionismo económico (el de los demás, claro).
La falacia de haberse comportado como garantes del liberalismo no se sostiene con los datos en la mano: con patrañas como que el jamón no puede entrar por su condición de “carne cruda” y otras excusas contra el aceite de oliva o tantos productos, los USA han protegido siempre a sus hamburguesas y a otros alimentos de la competencia de fuera. Además, todas las guerras contemporáneas tienen detrás un trasfondo de interés económico, el verdadero móvil camuflado con variadas coartadas de defensa de la democracia, de riesgo de “armas de destrucción masiva”, etcétera. Por lo tanto, mejor dirimir las diferencias directamente en el terreno del dinero, en lugar de matar a inocentes en Ucrania, Gaza y el resto de frentes bélicos. De paso, que se acabe para siempre el gran negocio de las armas, sólo hay que fabricar las estrictamente necesarias para el único y legítimo gendarme del planeta: una ONU genuina y democrática, sin derechos de veto de nadie.