
por Tristana Palomino Llopis
Da la sensación de que uno se hace mayor cuando empieza a contar a gente joven sus experiencias y sus interlocutores ponen caras de extrañados, de sorprendidos por lo que uno explica… Como si la diferencia de una treintena de años para ellos fuera un abismo mientras que para nosotros representa simplemente un lapso de tiempo demasiado breve.
La cuestión es que trabajar con adolescentes me mantiene bastante al día de sus inquietudes pero, aún no habiendo cumplido todavía los 50 años, me hacen sentir demasiado mayor, incluso un poco ya “viejuna”.
Y desde esa posición que da la madurez, una no acaba de creerse cómo a pesar de todas las charlas que programamos en los institutos, a pesar de la celebración de jornadas como el 8 de marzo o el 25 de noviembre, las relaciones entre las chicas y chicos de hoy en día recuerdan más a las que nos contaban nuestras abuelas o madres.
Resulta que ahora si te “entra” un chico por Instagram, significa que quiere “rollo” contigo… y a partir de ese momento, se supone que no deberías hablar con nadie más. Parece que los que “entran” son ellos, es decir que el papel predominante de la relación lo juega él. Ellos son los que les “entran” a ellas; solo el uso de ese vocablo lleva una connotación sexual-masculina que hace plantearte como docente de qué sirven las charlas de diversidad sexual que organizamos todos los cursos.
A esto se añade, la costumbre cada vez más compartida por nuestros adolescentes de conocer a otros jóvenes a través de las redes sociales; menores de 13 años compartiendo fotos, frases comprometedoras y videos con personas no siempre de su misma edad. Y lo peor de todo, creyendo que las relaciones que surgen están basadas en la realidad cuando ellos mismos son capaces de mentir para mantener esas “amistades”.
En esas estamos, viendo cómo se relacionan nuestros jóvenes y reflexionando sobre cómo les podemos ayudar para que nos enseñen cuáles son sus necesidades reales.
El problema es que en muchas ocasiones su necesidad es simplemente querer pertenecer a un grupo social determinado y eso les obliga incluso a mentir sobre sus relaciones para lograr convertirse en lo que los demás esperan de ellos.
Aunque la adolescencia siempre ha sido una etapa complicada, la que viven ahora nuestros jóvenes parece aún peor. Buscando su hueco en esta sociedad, están cavando demasiado hondo y puede que más tarde, tengan más dificultades para salir a la superficie y ver que hay mucho más que ese mundo que ofrecen las redes sociales.