Si echáramos la vista atrás podríamos comprobar que desde el inicio de la pandemia los ciudadanos han digerido un torbellino de información monotemática en todas direcciones como nunca antes se había difundido. Vamos a alcanzar los 22 meses desde que este virus caprichoso aterrizara en nuestras vidas. Hemos asistido a todo tipo de previsiones, datos y conjeturas, incluidas las disparatadas de algunos negacionistas, que han transformado nuestra cotidianidad más normal en una montaña rusa de emociones. Hemos pasado por varias fases del triunfalismo cortoplacista, decisiones contradictorias y normativas absurdas que en algunos casos han sido rechazadas por la justicia. Seguimos en la misma senda de la imprecisión, de la duda, que al final genera desconfianza.
España tiene el incontestable mérito de ser uno de los países desarrollados con la tasa de vacunación más alta del mundo, por encima de muchos de nuestros vecinos europeos, y eso se debe casi exclusivamente a la responsabilidad de nuestra sociedad de aceptar una realidad científica que no deja mejor elección. Estadísticamente, es más fácil tener un contagio severo y acabar hospitalizado si no se está vacunado, que la posible reacción adversa por la inoculación del antídoto. Es solo cuestión de probabilidades.
La mayoría de los ciudadanos han tragado con todas las restricciones, limitaciones y otras medidas impuestas con el fin de rebajar el nivel de contagios. Hemos creído que la inmunidad de grupo se alcanzaba con el 70 por ciento de la población vacunada, que nuestro organismo no iba a necesitar más dosis para evitar ser contagiados, que a los niños no era necesario vacunar…
Confiábamos que esta agonía estaba llegando a su fin, pero no. Es cierto que gracias a la vacunación, las tasas de hospitalización se han reducido hasta llegar a unas cifras semejantes a la de gripe (que son claramente menores) y que los inmunizados tiene mucho menos posibilidades de sufrir un covid severo que los que no lo están. Pero seguimos sumidos en la incertidumbre. La Navidad ya está aquí y si nadie lo remedia, en enero comprobaremos otra vez la dura cara de esta pandemia.
Hace exactamente un año, la incidencia acumulada a 14 días en nuestra comarca apenas alcanzaba los 70 casos por cada 100.000 habitantes. Ahora hemos superado los 300, pero con la salvedad de que la presión hospitalaria se ha rebajado significativamente. Algo se ha avanzado, pero se rogaría a los máximos responsables de solventar esta batalla contra el virus, comunicaran mejor sus decisiones, fueran más didácticos en cuanto a las estrategias a seguir y que no nos tomaran por tontos. De lo contrario seguiremos alimentando el recelo entre todos los que tenemos que arrimar el hombro para acabar con esta pesadilla de una vez por todas. Anótenlo en sus agendas.