Por José Luis Fernández Rodrigo, periodista
A quien se le haya olvidado aquella imagen impactante que dio la vuelta al mundo de los pobres catalanistas recibiendo porra del Estado opresor español, ahora vendría bien refrescar la memoria para ver cómo se las gastan aquellos angelitos. Solo querían votar. Son pacifistas, débiles, incluso jubilados algunos, a quienes envió el inepto de Rajoy un ejército de policías sin ninguna razón.
Pero entre los independentistas también se cuentan quienes han intentado apedrear a Albert Rivera en las calles de Alsasua. O los que se enfrentaron a los Mossos d'Esquadra en la enésima protesta igual que hicieron antes con la Policía Nacional o la Guardia Civil. O los que se han plantado como energúmenos en la casa del juez Pablo Llarena haciendo pintadas para intimidarle, o los que le obligaron a irse de un restaurante en Girona este verano. Qué demócratas. Si no confían en la Justicia aquí, que recurran luego a los tribunales europeos. Además, es probable que les hagan caso, como han hecho hace poco con Otegui. Cuando uno lee que eruditos hombres de leyes en Luxemburgo, Bruselas o en los centros de poder de nuestro continente se toman tan en serio los “derechos” de un mequetrefe amigo de los terroristas -si no algo más que amigo- le dan ganas de invitarles a una charla con algún familiar de los cientos de asesinados por la banda de gudaris, para que como buenos juristas le expliquen con fundamento a la hermana, el padre o el amigo del difunto que hay que tratar muy bien a Otegui, que no le falte de nada.
Por fortuna, al norte del Ebro están en otra dimensión de la violencia mucho menos irreversible y dañina, no pasan del matonismo, el acoso y la intolerancia contra todos los que no piensan como ellos.
Si uno de ellos escupió al ministro de Exteriores Josep Borrell o -como ellos han dicho por ahí- solo le hicieron una pedorreta, pues me da un poco igual. El gesto les retrata y da una idea de su nivel intelectual para representar a sus electores en el Congreso de los Diputados. El maestro de columnistas Arturo Pérez-Reverte opinó con toda la razón que estas cosas pasan cuando llega “gentuza” a las instituciones.
Quiero pensar que Joan Tardà no comparte este comportamiento chulesco y barriobajero, aunque no tenga yo mucho que ver con el líder de Esquerra Republicana de Catalunya (ERC) y su ideario. Pero creo que tiene otra catadura moral. Más le valdría quitarse de al lado a Gabriel Rufián, el bocazas que está deseando tener un micrófono delante para faltarle el respeto hasta a su sombra. Menudo rebelde sin causa y sin sesera. Como el noble pueblo catalán fíe su futuro a intransigentes como él pueden terminar en una república del terror tipo la Rumanía de Ceausescu.