Por J. J. Fernández, escritor
Son millones de seres humanos los que están en permanente tránsito en nuestro mundo, sobre todo en la porción de mundo que consideramos más avanzada en tecnología y economía. Los medios de transporte apenas dan abasto a tan colosal trasiego. En menos de un siglo la proporción tiempo-distancia frisa lo sobrenatural, y esto, inevitablemente, tiene su lado oscuro: pagar una especie de tributo con el sacrificio de vidas humanas.
Se siguen protocolos adoptando medidas de seguridad con el fin de paliar, o frenar, ya que no evitar, este sumidero de vidas humanas perdidas, pero los índices de siniestralidad suben de forma inexorable, año tras año. Esta realidad, por lamentable que sea, tiene su lógica, si se tiene en cuenta una serie de factores incuestionables como son: que cada vez son más aviones los que cruzan los cielos, más barcos los que surcan los mares, más trenes, y, sobre todo, más carreteras por las que circulan auténticos ríos de vehículos que generan la mayor parte de tragedias en nuestra sociedad. Todos los artilugios aquí mentados se han ideado para cubrir mayores distancias en menos tiempo.
Pero como esta universal tragedia sobrepasa con mucho mi limitada capacidad para proponer un remedio, me conformaré descendiendo al nivel que abarca nuestro entorno más inmediato, es decir: a los problemas que aquejan a nuestra villa, Ibi, y a los ma?s que preocupantes i?ndices de faltas y delitos cometidos por automovilistas, registrados en lo que llevamos de año. En los más de ellos, con la presencia del alcohol y otras sustancias psicoactivas como principales causas.
Las leyes para combatir esta lacra social no dejan de endurecerse: restringiendo los maáximos permitidos en la ingestión de estas sustancias si se ha de conducir un vehículo, así como aumentando la cuantía de las sanciones, la merma en los puntos de que dispone el conductor en cuestión y hasta la retirada del permiso de conducir parcial o definitiva. Según la gravedad de la infracción cometida, hasta penas de cárcel. Pero no parece ser suficiente.
Cuando se habla de accidentes de tráfico, lo primero que nos viene a la cabeza son las carreteras, quizás no demos la importancia que merecen los acaecidos en núcleos urbanos, al no tener en cuenta que suponen un auténtico vivero de cepos o trampas siempre listas para cazarnos en el menor descuido; los límites de velocidad en travesías, avenidas o cercanías de colegios, así como los pasos de peatones, no siempre son respetados por los conductores y en multitud de ocasiones, tampoco por los viandantes, que los hay que en vez de echar un vistazo a ambos lados de la calzada antes de cruzarla, lo hacen embebidos en su teléfono móvil, por lo que necesitamos -todos- un buen repaso de educación sobre seguridad vial como mejor ángel de la guarda.