Por J. J. Fernández Cano, escritor
Jamás fui partidario de la dictadura de Franco, en la que me tocó vivir -o malvivir- mi niñez y gran parte de mi juventud. No puede decirse que fui de los apasionados que brindaron con champán cuando el caudillo dejó al fin el mundo, pero sí de los españoles que respiramos aliviados cuando percibimos la posibilidad de una España más justa, más libre, más en consonancia con las formas de vida de nuestros vecinos europeos.
Y en gran medida, se cumplieron nuestros sueños de pasar de una férrea dictadura militar, a vivir gobernados por un régimen libre y democrático, aunque el tiempo nos ha mostrado que esos valiosos bienes adquiridos con la democracia no han logrado erradicar las múltiples injusticias sociales que en nuestro país se continúan sufriendo.
El grupo municipal socialista de Ibi ha solicitado al equipo de gobierno, recurriendo a la Ley de Memoria Democrática, la retirada de toda la simbología franquista de nuestro municipio. Algo con lo que coincido, excepto en una cosa: la petición de que sea retirada una placa colocada en la fachada de un edificio de nuestra villa, en la que se identifican como Viviendas de Protección Oficial
De este tipo de casas subvencionadas se edificaron miles en los años 60 y 70 del siglo pasado en todo el territorio español. Vulgarmente se las llamaba casas o pisos baratos y su presencia abarcó desde las ciudades más grandes hasta los pueblos más pequeños. Con el tiempo, su denominación se generalizó con el nombre de Barrios Obreros. En una de estas modestas viviendas, vivimos mi esposa y yo desde que contrajimos matrimonio, hasta que nuestros tres hijos tenían entre los doce y los seis años de edad.
Decir que con estas medidas se solucionó el problema de la escasez de viviendas para las clases trabajadoras en aquella dura época sería absolutamente exagerado, pero justo es reconocer que supuso un gran alivio para las clases más desfavorecidas de nuestro país.
Recuerdo con absoluta nitidez que en aquel entonces yo percibía de salario como obrero de la fábrica unas 5.000 pesetas mensuales. Era el único ingreso que entraba en nuestro hogar.
La clave o mensaje que quiere trasladar este artículo es que, si yo ganaba 5.000 pelas al mes y tenía que pagar unas 900 para ir amortizando la letra o mensualidad para el pago de la vivienda, suponía una quinta parte escasa de mis ingresos. Recuerdo con especial cariño aquella casita con patio en la que mi esposa y yo criamos a nuestros hijos, gozamos la plenitud de nuestra edad y hasta llegamos a acostumbrarnos a ver aquella pequeña placa en la que se leía Vivienda Protegida. A pesar del yugo y las flechas que nunca me gustaron. Alguna vez me pasó por la cabeza cubrir el yugo y las flechas con una pegatina, pero nunca lo hice. Para qué.