Ana Gisbert Moltó es el nombre ficticio de una médico ibense que ha convivido con el COVID-19 en primera línea de batalla en un hospital de la provincia de Alicante que da cobertura sanitaria a una comarca con más de 200.000 habitantes. Esta joven recién licenciada que quiere mantener el anonimato, ha experimentado la verdadera cara de una pandemia que ha sobrepasado durante muchos días las posibilidades humanas y materiales de uno de los hospitales de la provincia que más población asiste. Durante su corta estancia en este centro sanitario, -ahora está en Atención Primaria- ha soportado la primera andanada en la provincia de pacientes con coronavirus.
“Mi sensación era de desamparo. A primeros de marzo empezaron a llegar a urgencias personas que venían de Madrid y de la Rioja, cuando estas comunidades todavía no se habían calificado como zonas de riesgo. Nadie les hacía el test y no sabíamos quién estaba contagiado del virus y quién no.”
Ana Gisbert explica cómo les obligaban a atender a estos pacientes y solo eran los médicos de urgencias los que iban protegidos con máscaras quirúrgicas, mientras el resto no tenía la más mínima protección. Transcurría la última semana antes del decreto del estado de alarma y los madrileños salían en tromba de su región para instalarse en su segunda residencia.
El hospital comarcal tuvo que habilitar más camas UCI para dar servicio a todos los ingresos graves ante la avalancha de personas potencialmente infectadas. “Fueron los momentos más críticos, –explica Ana–. Mis compañeros son asistidos regularmente por personal psiquiátrico del hospital con el objetivo de liberar de presión a los sanitarios que están atendiendo a los pacientes más graves. He visto personas de todas las edades, algunos de unos treinta años que han superado la enfermedad y, curiosamente, las personas más obesas eran las más afectadas”.
En estas dos últimas semanas, la médico ibense ha pasado a ocupar un puesto en un Centro de Atención Primaria, fuera de las UCI y de las salas de Urgencia, pero sin olvidarse de la guerra abierta contra esta pandemia: Cerca del 90% de las llamadas que recibe son de pacientes que presentan síntomas compatibles con la enfermedad y quieren saber si son o no positivos. Sólo se remiten a los hospitales los que presentan las síntomas más severos, confiesa Gisbert, y al resto se les dice que permanezcan en sus casas a ser posible aislados del resto de la familia y sin realizarles el test.
“Cuando pase todo esto vamos a exigir más medios y más apoyo a los sanitarios. La falta de personal ha convertido este trabajo en una locura”, concluye.