Por José Luis Fernández Rodrigo, periodista
He puesto en mayúscula esas dos palabras del titular para hacer honor a la importancia que se le ha dado a ese concepto casi abstracto, que nadie sabría definir con precisión. ¿Qué son “Los Mercados”? ¿El mundo financiero, de la Bolsa? ¿Los índices, la rentabilidad y otros parámetros relacionados con las grandes corporaciones o multinacionales? ¿La macroeconomía?
Visto cómo se comportan, yo diría que se trata simplemente de una minoría de la población, unas cuantas fortunas en manos de quienes ni siquiera necesitan reunirse para conspirar porque tienen los mismos intereses y sus estrategias coinciden.
Durante la anterior crisis, la de la burbuja inmobiliaria, tuvimos que acatar más que nunca los dictados de “Los Mercados”, porque si no se nos disparaba la prima de riesgo y el Apocalipsis estaba a la vuelta de la esquina. Así no hubo objeciones al “trágala” de la austeridad y los recortes.
Igual convendría recordar que el dinero se inventó para los intercambios de mercancías, como una herramienta más práctica que tener que pagar con especias o minerales valiosos. Ahora parece que en vez de que el hombre se sirva del dinero, es el dinero el que se sirve de los hombres, somos nosotros la herramienta para que Don Dinero sea feliz.
El último “efecto secundario” de esta lógica del negocio por encima de todo, porque el mercado libre y sabio se “autorregula” solo y corrige cualquier deficiencia (bla, bla, bla, etcétera), lo estamos viendo con la vacuna de AstraZeneca para el coronavirus. O también con la escasez de dosis que nos llegan de los otros laboratorios.
¿Seré yo mal pensado o ya se está jugando la partida de hacer subir los precios para sacar más tajada? Con esta pandemia, la excusa de lo imprevisto no va a colar: todo el planeta estaba pendiente de tener el antídoto a tanta muerte y el único retraso razonable estaba en la fase inicial de experimentación, de garantizar seguridad y que era efectiva. Porque la demanda potencial estaba clara desde hace meses: millones y millones de personas esperando ansiosas a inmunizarse y salvar la vida. ¿Cómo es que no hay fábricas produciendo a toda máquina para inyectarnos cuanto antes? Eso sí, estamos todos indignados porque algunos alcaldes, concejales, militares... se han colado sin cumplir el protocolo de las jeringas. Que un puñado de multinacionales no cumplan sus contratos y el suministro del medicamento se retrase no nos molesta tanto.
Cuando nos jugamos miles de muertos a diario, ¿no podría una autoridad mundial -la ONU, la OMS o quien sea- obligar a producir vacunas en todas las fábricas disponibles, con licencia de los propietarios de la patente? La emergencia es lo bastante grave como para adoptar medidas urgentes. Este sí es un dilema entre salud y economía, y me temo que vuelve a ganar la segunda. A ver si al menos para el futuro, aprendemos la lección y se prevé un servicio público de vacunas, sea con un laboratorio propiedad de la Administración, de todos nosotros, o bien con una concesión o gestión privada, si se prefiere esa supuesta “agilidad y eficiencia” de las empresas, pero bajo condiciones del bien común, no del negocio.