Por José Luis Fernández Rodrigo, periodista
Ojalá que el revuelo mundial que se ha montado por los gritos racistas impresentables a Vinicius sirva para poner coto a esas conductas poco deportivas. Parece que a los del Valencia CF les ha tocado ser chivo expiatorio de un problema de intolerancia que sobrepasa mucho los límites de Mestalla. También canta bastante que el caso ha cogido esa proyección internacional por tratarse del Real Madrid, que como su eterno rival el Barça, es «más que un club». Desde niño, que acudía yo al Estadio Climent a ver a nuestro Rayo Ibense, me extrañó ver a vecinos cordiales, buena gente toda la semana, cómo se transformaban en exaltados hinchas a los que les iba la vida en cada falta dudosa o despiste de un linier, póngamos por caso. Se desgañitaban vociferando desde la banda con mirada furiosa que parecía iban a fulminar al árbitro, por regla general, aunque en alguna ocasión hasta saltaron al terreno de juego y agredieron a un guardia civil. Ver para creer.
El fútbol da espectáculo, hace vibrar a amplios grupos de la población y se merece el máximo respeto, pero parece también servir de válvula de desahogo de algunos energúmenos que canalizan sus frustraciones en forma de agresividad contra todo lo que se mueve. Que sea negro el jugador del adversario casi es la excusa, el argumento fácil para ni tener que pensar en el insulto.
Si yo estuviera en un club de fútbol, animaría a mis aficionados a tener el móvil a punto y grabar a cualquiera que se salga de tono en la grada, ya que hoy en día los teléfonos lo captan todo. Y a quien se le caliente el hocico, se le castiga sin entrar al estadio en algún tiempo (o mucho, según el exabrupto). Lo que tampoco parecer muy ecuánime es perdonarle la tarjeta roja a Vinicius por su agresión a un contrario: que él sea víctima del racismo no justifica sus excesos en el campo de juego. Las compensaciones o indultos de este estilo huelen a paternalismo y al final nadie sabe luego dónde poner el límite, a quién se le exime de culpa y por qué.
Y también debería un jugador de su clase -por lo que cuentan, que yo no entiendo mucho de técnica- mostrarse más cauto y no perder los papeles con gestos de provocación a las gradas. La elegancia hay que lucirla no sólo con el balón, también con el saber estar, y burlarse del Valencia CF porque está luchando para evitar el descenso a Segunda no honra a esta joven figura brasileña. Más bien, que aproveche ahora que todos los focos están puestos en él para lanzar mensajes de cordialidad y buena convivencia a la opinión pública, en especial, a los chavales que lo idolatran, para que las próximas generaciones no caigan más en estos disparates ofensivos para humillar al prójimo.