Por J. J. Fernández Cano, escritor
Hace ya muchos años, tantos que yo todavía era un chaval, la llamada clase media, que es o era a la que mi familia creo que pertenecía (nunca tuve del todo claro si esto de clase media quería decir que nuestros ingresos alcanzaban para cubrir la mitad de las necesidades de la familia) decía que en aquella época nuestros progenitores, y también gran parte de nosotros, aspirábamos a aprender un buen oficio, hacernos hombres de provecho, así se decía entonces.
Sí, un oficio que nos permitiera vivir dignamente de nuestro trabajo sin depender de unas tierras escasas e ingratas que apenas nos alcanzaban para subsistir. Se imponía la necesidad de romper la cadena de penalidades que nuestros mayores venían sufriendo generación tras generación en su condición de campesinos pobres. Pero en aquellas tierras de poco pan y malvivir no era fácil aprender un oficio si no se tenía la gran suerte de encontrar un puesto como aprendiz en una barbería, tienda, o lugares parecidos, en los que el sueldo era poco o nada, se consideraba que con el aprendizaje ya podías darte por pagado y esto, no todas las familias podían permitírselo.
Lo de dejar a los hijos en la escuela hasta que terminaran la enseñanza primaria, era para gente que gozaba de cierto bienestar y en casa podían permitirse prescindir de la colaboración del mozuelo que ya comenzaba a ayudar en las tareas del campo, y que un hijo aspirase a cursar estudios superiores, aunque mostrara facultades y una clara vocación, impensable; eso era cosa de ricos.
Nunca dejó de ser importante conocer y ser diestro en algún oficio o profesión para abrirse camino en la vida, y la actualidad, en buena parte, nos confirma la teoría acuñada en aquellos lejanos tiempos. En nuestro país faltan profesionales, buenos profesionales que amen su trabajo. Conozco empresas (en su mayor parte empresas pequeñas) a las que la falta de personal especializado en la materia que elaboran, les lleva a no poder cumplir con todos los pedidos que les van surgiendo. Y sí, se presentan trabajadores y trabajadoras en demanda de empleo, pero no están ni medianamente capacitados para desempeñar las tareas o funciones que se les encomiendan si no es acompañados por un buen profesional, o sea, que es la empresa la que hace de escuela.
Las perspectivas que se vislumbran para la economía en nuestro país para años venideros, casi inmediatos, aseguran que son muy buenas, por lo que sindicatos y Gobierno deben esmerarse para que nos coja equipados con buenos profesionales. Y buenos patronos que sepan valorarlos.