Fue una mujer fuerte, positiva, entregada a los demás, cariñosa, detallista, fiel y trabajadora como otras muchas mujeres en este mundo. Pero ella era mi madre, y eso la convertía en la persona con el corazón más grande que jamás he conocido. Tuve la suerte de ser yo el único elegido, el que le dio una razón de ser en la vida, una razón más. Porque ella la vivía con la misma intensidad que los que descubren su primer amor, sus primeras experiencias, con pasión y entrega absoluta. Ella era así. Muchos tuvieron la suerte de conocerla en sus años de plenitud, de energía radiante. Era capaz de alegrar una jornada gris, de revertir la tristeza en positivismo. Así la describían los compañeros que compartieron tantas horas con ella en este periódico.
Me siento infinitamente afortunado de que la naturaleza me diera la oportunidad de ser carne de su carne, corazón de su corazón, alma de su alma. Su sabiduría emocional despertó en mí algo especial que me ayudó en mi relación con las personas y la comprensión de muchas de mis experiencias vitales. Y a ella le debo mi vida y gran parte de lo que soy. No hay espacio en el mundo que pueda guardar todos los tesoros que me regaló. Ni palabras para describirlo.
Ahora la vida se la llevó. Se desvaneció como las olas a la orilla del mar, la gotas de lluvia en la arena o el sonido del viento en las montañas. Y una parte de mí se fue con ella. Pero mi recuerdo permanacerá, cada día lo alimentaré con su sonrisa interminable y con toda esa felicidad que tanto me hizo gozar en los años más cercanos que viví a su lado.
Y agarré tu mano, frágil y delgada, y te fuiste…pero estés donde estés, sabes que vivirás eternamente conmigo.
Teresa Andreu Huertas, falleció el 23 de noviembre de 2020 a las edad de 82 años. DEP.