Por J. J Fernández Cano, escritor
Seis más seis suman doce y me llevo uno. Estas son las matemáticas que a mí me inculcaron en los pocos años que tuve ocasión de asistir a la escuela; sin embargo, el tiempo me ha ido mostrando que las cuentas, dependiendo de quién o quiénes las hagan y la ambición que ciegue su conciencia, pueden dar resultados que no tienen nada que ver con las teorías de Pitágoras.
Estas alteraciones suelen darse con frecuencia, con demasiada frecuencia, en quienes tienen por vicio efectuar trasvases de dinero de las arcas públicas a sus bolsillos propios con la siguiente fórmula: seis más seis suman doce y me llevo lo que me da la gana, porque puedo, porque el puesto que ocupo y mi conciencia me lo permiten.
Los primeros asuntos que comenzaron a escamarme sobre la exactitud y veracidad de lo que aprendí en el colegio, surgieron en mi primera juventud, en tiempos de la dictadura, oyendo a mis mayores murmurar sobre grandes temas, como eran las asignaciones de obras millonarias en carreteras, pantanos y otros servicios que siempre iban a recalar a manos de grandes empresas afines al régimen imperante. Aquella especie de favoritismo, por más injusto que fuera, no dejaba de ser propio de una dictadura, los beneficiarios de tales asignaciones eran fieles al glorioso Movimiento, incluso habían ayudado al generalísimo económicamente a ganar la guerra, salvando a la patria de las hordas rojas; así llamaban los triunfadores a quienes no compartieran sus credos al pie de la letra.
Estas y otras muchas injusticias tenían lugar y, aunque dichas tácticas discriminatorias supusieran una verdadera infamia para pequeñas empresas y trabajadores autónomos, puesto que suponía no poder competir en igualdad de condiciones con las compañías favorecidas por el poder, la fuerza de la costumbre casi nos llevaba a creer que aquella situación era normal, aplicando la fórmula de que el pez grande se come al pequeño y el que tiene padrinos se bautiza. Ya vendrían tiempos mejores.
Y los tiempos mejores vinieron con el ansiado cambio de régimen. Ya teníamos una flamante democracia, con todo lo que esto conlleva de igualdad de derechos y libertades, se pondría fin a los abusos de poder. Pobres ingenuos. Los casos de corrupción, lejos de disminuir, comenzaron a brotar como los hongos en los estercoleros, adquiriendo vicios nuevos sin abandonar los viejos. Comenzamos a oír y leer términos como prevaricación, cohecho, evasión de capitales, sobornos, falsificación documental y un sinfín de lindezas que en principio de las que no sabíamos muy bien su significado, pero que ya nos olían a podrido, a corrupción.
En nuestro pasado más inmediato, apenas se han registrado unos pocos casos (o presuntos casos) de corrupción: la compra presuntamente fraudulenta de material sanitario en Madrid en plena pandemia del coronavirus y los escándalos en el Ayuntamiento de Marbella. ¿La dañina lacra de la corrupción va a menos en nuestro país, o vuelve a ser una falsa ilusión?
... y tras todo ello, llegó el PSOE y saco una ley para perdonar a los ladrones buenos (los suyos). Lo digo más que nada por la objetividad del articulista, que recuerda tiempos antaños y olvida los más recientes.