Por J, J. Fernández Cano, escritor
Sin lugar a dudas, la Policía Local y la Guardia Civil de Ibi cumplieron con su obligación desmantelando una fiesta ilegal, a puerta cerrada en un antiguo pub, así como un brote de botellón en el ya en desuso lavadero municipal.
Satisface y tranquiliza constatar que estas acciones se frenen, o sean cortadas cuando todavía no pasan de ser unos simples brotes. Desde mi condición de agricultor, puedo afirmar que si un bancal, o un simple huerto, se van limpiando de malas hierbas a medida que van naciendo, resulta mucho más fácil mantenerlos en buenas condiciones que si se dejan hasta dar lugar a que se nos conviertan en cerrados pastizales.
El que en una localidad como la nuestra, habitada por más de veinte mil almas, se vengan registrando infracciones tan distanciadas entre sí como escasas en su número de infractores, nos ponen de manifiesto dos certezas: una la buena labor por parte de las autoridades y otra, que nuestros jóvenes, visto en términos generales, no son tan malos como se ha dicho.
Sin ánimo de exculpar a esos infractores juveniles, abrigo la esperanza de que quienes juzguen sus faltas tengan en cuenta una serie de factores circunstanciales que merecen tenerse en cuenta como atenuantes por haber propiciado este asomo de rebeldía. Vivimos una situación que coarta las libertades básicas del ser humano en casi todos los aspectos de sus funciones como tal. No hay paso que pretendamos dar, en el que no estén presentes el miedo al contagio, el pavor a los fallecimientos en masa, ilustrados con las espeluznantes imágenes que últimamente contemplamos en zonas como la India y Latinoamérica, así como las graves, gravísimas consecuencias económicas que esta lucha contra el Covid-19 nos va a dejar, nos está dejando ya.
Los jóvenes, más bien adolescentes ibenses que han sido sorprendidos saltándose las normas de semiconfinamiento vigentes, no digo que merezcan aplaudirles, porque las normas se han establecido para cumplirlas, aunque sí inculcarles que sean conscientes de lo temerario de su acción, hacerles entender el daño que pueden causar a los demás y a sí mismos, si estas acciones se repiten. A mi juicio, más que severas sanciones económicas, estos jóvenes merecen y necesitan un buen corrector que les abra los ojos a la realidad que nos ha tocado vivir, pues, para mí tengo, que esta juventud floreciente es la parte más perjudicada de la cruel calamidad social que nos atenaza, son los que más tienen que perder en esta criminal ruleta rusa, puesto que su edad es una explosión de vida difícil de contener, un impulso natural que les crea la imperiosa necesidad de alternar y asociarse con los de su edad casi tanto como comer y respirar. Por lo que me reitero en mi postura abogando por que, sino disculpar, sí comprender a este puñado de jovenzuelos.