En un ambiente de total confianza, bien desde un púlpito, hoja parroquial o emisora radiofónica, estamos acostumbrados a las declaraciones de salidas de pata de banco de muchos siervos de la iglesia católica sin desmerecer su status dentro de ella, pues en el fondo no lo pueden remediar. Por ello, en ocasiones me he tomado la molestia de expresar igual que ellos, mi humilde opinión sobre sus ilustradas sentencias de lo mundano. Lo que ocurre y motiva mi reflexión de hoy, son, naturalmente otras nuevas declaraciones del secretario de Estado del Vaticano, cardenal Pietro Parolin, quien muestra su preocupación ante la tendencia de algunas minorías por ser capaces de llegar a convertirse en iconos capaces de aglutinar ante sí suficiente representación política e institucional como para que sus propuestas sean aceptadas, se conviertan en intocables, y todo porque piensa que los grupos de poder y decisión se pliegan ante ellas por eso que impone lo políticamente correcto. En el fondo, no es que discrepe visceralmente de sus opiniones, aunque que una voz autorizada de la iglesia pida a la clase política que sea capaz de discernir, captar y salvaguardar la visión de conjunto, como que no.
Que este señor de púrpura incida en instar a que el ejercicio de la autoridad no se quede en una visión personal, partidista o nacional, si no que capte salvaguardar el conjunto y, que además critique las decisiones de las instituciones como si fuesen buscando un equilibrio de intereses contrapuestos y poco convergentes, en tanto que las decisiones económicas sólo tienen el sabor de la asistencia momentánea y no de la continuidad. No le quito su buena voluntad, pero cuando altos elementos o estamentos de la iglesia católica se empecinan en criticar los diferentes poderes legislativos, no puedo por menos recordar aquellos gloriosos tiempos de nuestra España en que la iglesia, esta misma y ufana iglesia española, paseaba al caudillo y dictador bajo palio. Aquellas eran noches pomposas donde hasta la luna y las estrellas escalaban hasta tocar el cielo. Vaya, que nadie le resta a la iglesia su exponencial papel religioso en nuestras vidas, pero me resulta increíble que persista aconsejando a las fuerzas del espectro político (singularmente de izquierda), sin aludir o criticar a la derecha en la multitud de sus caducas acciones en el Gobierno o fuera de él.
Puede que la clase política no esté plenamente reconocida socialmente por la torpeza en sus acciones, lo que no quita que tenga todo el derecho a apoyar a cuantas minorías sociales incluso en aquellas acciones que le sirvan para mejorar su posición del momento. Creo que la iglesia no actúa con el mismo rasero ante la clase política a la que critica o alaba según convenga a sus propios intereses. ¿Qué diríamos de la Corona si apoyase cualquier ideología política? Lo que no quita que corra opinión de que la Monarquía se encuentra más cómoda cuando confraterniza con la derecha. ¿Consideraríamos este aspecto como políticamente correcto?