Por José Luis Fernández Rodrigo, periodista
Poca luz veo al final del túnel para el periodismo. Ni estoy seguro de que haya salida del túnel. Con este nuevo milenio y la revolución de Internet, el oficio va de capa caída porque las empresas mediáticas -telebasuras aparte- cada vez tienen más complicado mantener su rentabilidad, al fragmentarse la publicidad en “átomos” que pululan por infinitos soportes, desde una web a una newsletter, un muro de Facebook o un canal del youtuber de moda. Antes, era “sota, caballo y rey” con los anuncios en prensa escrita, las cuñas de radio y los spot televisivos.
Por supuesto, no sirve de nada caer en falsas nostalgias del pasado y hay que abrazarse a las nuevas tecnologías. Ahora el periodismo y la comunicación en general se han popularizado y están al alcance de cualquiera, de forma más democrática y sin necesidad de grandes recursos económicos para difundir nuestras ideas, nuestras reflexiones, emociones... a escala planetaria, además. La única barrera ahora puede ser el idioma, que el lector no te entienda. Y tampoco, porque ya permite la Red la traducción instantánea, aunque todavía con chapuzas y algunos errores de esos programas y algoritmos multilenguaje.
El peaje que parece inevitable y ya estamos pagando está en la credibilidad. Cualquier fulano coge un vídeo, lo edita, lo corta, pega aquí y quita allá, luego dice que se ha grabado en un sitio diferente del real y ya tienes circulando por WhatsApp el montaje falso de una enfermera engañando en Brasil a un hombre sin inyectarle la vacuna contra el coronavirus, solo con un pinchazo y sin inocular la dosis. Por ejemplo. Luego nos enteramos de que ocurrió en México y no era lo que parecen dar a entender las imágenes. O se oye a José Luis Corcuera despotricar contra su partido, el PSOE, cuando en realidad no es Corcuera, sino otra persona con una voz parecida. Pero eso da igual, desde Vox lo hacen circular por los móviles de medio país. Y para colmo, hablamos en este caso de Corcuera, el tantas veces denostado cuando era ministro por ser electricista antes de llegar al Gobierno y, por lo tanto, menospreciado por no tener carrera universitaria, por los miserables elitistas, además de cuestionado por su fallida ley de la patada en la puerta. En cambio, ahora esos mismos lo ponen en pedestal como auténtico héroe, por sus críticas a los socialistas, aunque sean un bulo.
Claro, toda esa bazofia informativa trufada de mentiras y montajes antes no proliferaba igual, cuando solo unas pocas empresas tenían capacidad de publicar periódicos, montar emisoras de radio o canales de TV. Y las que quedan de aquella época están endeudadas y dependen cada vez más de la publicidad institucional directa o indirecta -la de las grandes empresas públicas y contratistas, como las eléctricas, que también cuentan- con lo que están escoradas sin excepción entre PP y PSOE. Esa dependencia económica explica porque el debate político en los medios ha degenerado en forofismo radical, con la mayoría de los periodistas convertidos en palmeros de los azules o de los rojos, sin el más mínimo atisbo de crítica a los “suyos”. Eso, cuando no utilizan como fuentes informativas los múltiples bulos para mentir sin pudor.