Por J. J. Fernández Cano, escritor
Todo tiene un coste en este jodido mundo nuestro, que no da nada sino es a cambio de algo. Y en estas fiestas navideñas que ya hemos vivido, nos ha venido mostrando su implacable rigor desde el principio, puesto que por el mero hecho de darse un inocente garbeo la gente para contemplar el encendido de las luminarias navideñas, el traicionero virus ya se cobró su funesto tributo en forma de un considerable aumento en los casos de contagios y fallecimientos. Fue como un anticipo o advertencia de que habríamos de pagar a muy alto precio cada momento de euforia navideña.
Si algo puede extraerse de utilidad de estos lamentables hechos, es concienciarnos de que estamos obligados, no a romper, pero sí a achicar hasta donde nos sea posible estas y otras celebraciones, pues, por muy tradicionales y entrañables que sean, la más valiosa fiesta es mantenerse vivos y sanos.
Son dignas de encomio, las muchas familias que han respetado las normas que con tanto empeño nos aconsejaron las autoridades sanitarias sobre la necesidad de no juntarnos más de seis personas en las comidas o reuniones propias de estas fiestas, pero lo cierto, lamentablemente, es que han sido cientos, miles de personas las que han hecho caso omiso a estos prudentes consejos, desmelenándose, poseídas por un irresponsable entusiasmo que les empujaba a formar parte, no ya de lo que podríamos llamar reuniones, sino hacinamientos multitudinarios, pasando de las más elementales normas de prevención, como respetar la distancia aconsejable y protegerse con la obligatoria mascarilla.
Y como guinda a este pastel de desatinos, tenemos el desmadre acaecido en Valencia con la multitudinaria Cabalgata de Reyes, en la que han incurrido la irresponsabilidad e imprudencia tanto por parte de la ciudadanía, como de las autoridades valencianas que no pudieron o supieron evitar el disparate.
Esta larga cadena de actitudes irresponsables, temerarias, nos ha llevado, o al menos ha propiciado en gran medida una carrera desbridada de aumento, casi generalizado, en casos de contagios y fallecimientos.
Pero haciendo honor a la vieja y socorrida máxima de que la esperanza es lo último que se pierde, agarrémonos a ese clavo ardiendo que suponen las vacunas, puestas ya en circulación pero que, ya sea porque parte de la ciudadanía se muestra reacia a que le metan en la sangre un producto cuyos resultados todavía no están suficientemente probados, o porque al parecer tampoco se están aplicando con el orden y corrección que su urgencia y gravedad merece, no están llegando aún a toda la población de deberían.
Aunque si hay algo que no se nos ha restringido, es el consuelo y satisfacción de formular deseos. El mío es que 2021 nos traiga la tranquilidad y sosiego que 2020 nos ha negado.
"Si algo puede extraerse de utilidad de estos lamentables hechos, es concienciarnos de que estamos obligados, no a romper, pero sí a achicar hasta donde nos sea posible estas y otras celebraciones, pues, por muy tradicionales y entrañables que sean, la más valiosa fiesta es mantenerse vivos y sanos." Esto ya era sabido antes de Navidad. Pero sigan culpando al pueblo, que eso sí es gratis.