Por Felipe Navarro
Hace ya muchos años que, por motivos laborales, tuve que marcharme de Ibi. No conocía la existencia del libro “MIRAFÉ RETRATO DE UNA ÉPOCA” hasta que mi buen amigo Manolo me habló de él en una de mis últimas visitas. Iba a aparecer la segunda edición y había encargado un ejemplar, dado que no pudo conseguir ninguno en la primera. Él sabía que yo estaría interesado y se comprometió a conseguírmelo. Ha sido un regalo que le agradeceré siempre.
El libro describe los acontecimientos acaecidos el 16 de Agosto de 1968 en Ibi y el contexto social en el que sucedieron. Ese día tuvo lugar la explosión de la “Fábrica de la Pólvora” (con ese nombre conocida por todos los vecinos del lugar). Allí murieron treinta y tres personas, la mayoría mujeres. Allí murió mi madre. Otras madres que esperaban cobrar el primer sueldo de su vida. Algunas que llevaban hijos en sus entrañas. Niños que no alcanzaban la edad de trabajar… Casi todas las víctimas migrantes que habían acudido a la llamada de un pueblo con un vertiginoso crecimiento industrial en busca de una realidad menos dura que la de los lugares de dónde procedían y un futuro mejor para sus hijos.
Los primeros sentimientos al tener el libro en mis manos son de gratitud y emoción. ¡Al fin alguien recuerda aquella enorme injusticia y la memoria de los muertos! Luego, conforme voy adentrándome en su lectura, tengo la sensación de que el relato premeditadamente aséptico que hacen los autores induce al lector a pensar que, en lugar de estar ante la historia de un ominoso accidente laboral, estuviera ante la descripción en una catástrofe natural o un mal inevitable propio de un periodo.
Aquél terrible acontecimiento se produjo en “un estado católico, social y representativo que era dirigido por el general Francisco Franco”, esta es la definición con la que se describe en la página 19 del libro la España de 1968, cuando hubiera sido más corto y más descriptivo definirla como una dictadura. Las dictaduras propician que entre las élites del poder se produzcan una serie de vínculos que hacen posible el enriquecimiento de unos pocos a costa del pueblo oprimido que carece de los más elementales derechos. Esa es la circunstancia en la que se produce la explosión de la “Fábrica de la Pólvora”, una dictadura en la que el valor de la vida de una persona era de 40.000 a 90.000 pesetas (indemnizaciones que se pagaron a los familiares).
Como víctima de aquél atentado contra la vida de los trabajadores, reconozco el esfuerzo de los autores y su enorme capacidad de trabajo para documentar aquél desastre, cosa que nadie más ha hecho hasta ahora y que les honra. Pero tengo que disentir de la frase que figura al pie de foto de la página 90: “Quiso el destino jugarles una mala pasada aquella tarde. No hubo culpables, sólo hubo víctimas…” Porque sí hubo culpables.
Culpable la avaricia de los que pusieron en riesgo su vida y la de los demás (hasta el punto de que la perdieron) incumpliendo todas las leyes del respeto humano y las que en aquél momento estaban en vigor para aquella clase de industria. Culpable un estado totalitario que propiciaba ese tipo de desastres impensables en cualquier democracia europea del momento (el libro documenta que en aquellos años morían en accidentes laborales miles de personas en España). Culpables los dirigentes locales que no velaron por el bienestar de sus vecinos y no denunciaron la ilegalidad de la empresa. Culpables los organismos superiores que no persiguieron de oficio aquella actividad ilícita. Culpable una justicia inexistente que echó tierra al asunto.
La primera parte del libro termina haciendo alusión a las palabras del entonces párroco D. Federico García, posiblemente la única actitud valiente en un personaje público del momento. Así terminaba su escrito en la hoja parroquial: …”pero todos somos responsables porque todos estamos conviviendo tranquilamente con la injusticia y aceptándola de una u otra manera”. Posiblemente en esos momentos hubiera sido peligroso, incluso para un cura, decirlo de otro modo, pero hoy no se puede estar de acuerdo en que todos eran responsables. Los que aceptaban la injusticia, en aquél tiempo de miedo y silencio, eran los que no tenían más remedio y los que cometían los atropellos eran los que podían abusar de la situación para explotar a los trabajadores con la connivencia de las autoridades.
Desde mi agradecimiento a los autores del libro escribo estas palabras. Desde el reconocimiento a su labor. Desde la pena por la pérdida del niño de diez años que jugaba esa tarde al lado de “La Balsa de la Mierda” esperando que su madre saliera del trabajo y lo abrazara. Sin rencor, con el único ánimo de recordar, aunque duela, para que nunca olvidemos quienes somos, de dónde procedemos y cuánto sufrimiento hay detrás de las conquistas sociales de las que ahora disfrutamos y que debemos defender con todas nuestras fuerzas.
Gran artículo y poderosas reflexiones que todos los ibenses deberíamos leer y compartir.
No había tenido la ocasión de leer este artículo, y me alegro de que alguien porfin diga las cosas como son y nos haga reflexionar de tan terrible suceso, que no se quede en el olvido.Enhorabuena Felipe.
Vos recomane escolteu la cançó *Mirafé-68 ,del grup *KONTAMINACIO *AKUSTIKA que es va compondre com a homenatge a aquestes victimes. Vinguts des de lluny arrancats de la vida que havien viscut famílies senceres canviaren la terra pel fum i la pólvora que se'ls va endur Infanteses robades, mortes les vesprades de ser un xiquet adults obligats a créixer amb la força del pes i el poder dels diners Nascuts en la misèria soterrats en un pou fosc l'esclat d'una explosió en un món d'explotats Esc