Dice el refrán que no hay peor ciego que el que no quiere ver, y en este caso, oir. La cuestión catalana ha vuelto otra vez, de forma inevitable, al candelero mediático. Aunque visto lo visto, no ha tenido mayor trascendencia que la generada entre Sánchez y Aragonés para con los suyos, vamos, los de sus propias filas. El primero, por seguir el camino trazado desde el inicio de la legislatura de seguir desinflando el suflé que Rajoy dejó en el horno antes de su partida y que desembocó en una aumento exponencial del independentismo catalán y todo lo que vino después; el segundo, porque esta ‘cumbre’ entre el presidente del Gobierno y el president es más una autoconfirmación de su mandato y una foto que ambos ya pueden enarbolar para defender sus particulares postulados, aunque Aragonés tenga a parte de su gobierno y electorado independentista echando chispas.
En política nunca se sabe qué va a pasar al día siguiente, porque los que la practican y viven de ella tienen todo el tiempo para barruntar estrategias, giros copernicanos, argumentos varios y otras justificaciones para mantenerse en la poltrona, cuanto más tiempo mejor. Este paripé del que hemos sido testigos, no se comprende partiendo de la base de que ambas partes parten de postulados absolutamente antagónicos. Por supuesto, el diálogo, la diplomacia y el acuerdo está implícito en el contrato que todos nuestros mandatarios firman en el momento que adquieren la responsabilidad de administrar nuestro dinero y nuestro futuro, cuando son elegidos en las urnas. Pero este encuentro bilateral se hace incomprensible para cualquier ciudadano de tamaño medio que quiera encontrar una respuesta con algo de sentido común. No se puede entender que una parte quiera la autodeterminación a toda costa cuando la otra antepone la legítima defensa de la Constitución y de las leyes que siguen vigentes en el siglo XXI. No. Pero si de esta reunión emana una especie de calma en las calles de Cataluña o relajación social, algo se habrá conseguido. Un ejemplo ha sido la fallida convocatoria de los inconformistas de la CUP que solo aglutinó a unos pocos simpatizantes que buscaban arruinar el día al president catalán. El camino emprendido entre el Gobierno de Sánchez y la Generalitat, más que le pese a algunos, es el único viable para que no volvamos a tener a la república catalana en la sopa todos los días, y aunque parezca una utopía ver el final de este viaje, al menos podemos decir que nuestros políticos se están ganando el sueldo. Seguiremos atentos el desenlace, que parece tendremos para una larga temporada.