Por José Luis Fernández Rodrigo, periodista
Lo del título de esta columna no tiene más intención que intentar echarle un poco de humor a un asunto que tiene poca gracia. Quienes sí llevaban una intencionalidad muy concreta son los que filtraron el espionaje del CNI a los independentistas -se contó interesadamente así, de forma sesgada, porque los nacionalistas no eran los únicos- para dinamitar la mayoría parlamentaria endeble en que se sustenta el Gobierno de Pedro Sánchez con Podemos.
¿Está justificado en democracia que se grabe a discreción a cualquier ciudadano, cargo público, etcétera? No. El debate que debería abrir este escándalo sería más bien plantearse si hay que tener unos “servicios secretos” o no. ¿Nos podemos permitir no contar con espías cuando sabemos de sobra que existen la CIA, el KGB o como se llame ahora lo que tenga Putin, el M16 británico, el Mosad israelí, etcétera?
Los problemas de montar un equipo de agentes con ese tipo de poderes, aunque no lleguen a tener licencia para matar como 007, surgen inevitablemente porque quien dispone de esas tecnologías sofisticadas de escuchas, imprescindibles para llegar todos los rincones del planeta sin dejar rastro, al final tendrá la tentación de utilizar esos “juguetes” para otros fines. Hasta por aburrimiento.
Hace años que ya se levantó una polvareda mediática de primera cuando salió a la luz que se escuchaba hasta al Rey -para lo que hoy oír- y a muchos dirigentes políticos, conocidos, en una lista sin fin. Ahora el Gobierno ha intentando apaciguar a sus socios de investidura de ERC revelando que al mismo Pedro Sánchez también le habían espiado.
España es diferente, una vez más, solo porque aquí se ha aireado este tema, mientras que en otros países de esto no se habla.
Me parece que en vez de poner el grito en el cielo como han hecho desde cierta izquierda y cierta derecha (los primeros con ingenuidad por lo de las “cloacas del Estado” y los segundos con hipocresía porque solo buscan derrocar al Gobierno que les ganó en las urnas), lo que deben pensar es en controles más reforzados del CNI desde el Congreso de los Diputados, si es que son factibles. O directamente restringir la actividad de los servicios secretos al ámbito internacional, a espiar a quienes nos espían. ¿Qué objetivos pueden tener dentro de nuestras fronteras? Ninguno que no acabe siendo partidista, del Gobierno de turno o de lobbys.
Anacleto Agente Secreto nos divertía con sus pintorescas misiones, pero los espías reales que tenemos se dedican a otras cosas, seguro que algunas bastante turbias y fruto de caprichos dictados desde reductos de poder poco honestos. Maniobras, complots para desestabilizar políticamente… en definitiva, las vergüenzas de la democracia, allí donde pierde su honor nuestro sistema de libertades. Me acuerdo la que le cayó a Pablo Iglesias -una más- cuando se pidió coger las riendas del CNI en la primera tentativa frustrada de Gobierno de coalición con el PSOE, cuando vendió la piel del oso antes de cazarlo. Menudo “rojo” de pacotilla, que en vez de preocuparse de corregir la desigualdad social, tenía la ocurrencia de dirigir los servicios de inteligencia. Por algo le interesaban… Aunque yo tampoco creo que estuviera llamado a cumplir esa misión.
Tenemos espiándonos el móvil y el ordenador a una infinidad de empresas para vendernos todo tipo de productos. Saben por geolocalización hasta qué bar o tienda hay cerca de nuestra ubicación, vigilan qué búsquedas hacemos en Internet, dicen que hasta activan nuestra cámara y nos graban conversaciones… Todo por el mercado, amigos. ¿Y ahora nos preocupa que un agente del CNI que se aburre en un laboratorio escondido nos pinche el teléfono? ¿Para encontrar qué tesoros de nuestra privacidad? ¿Qué se dejaron nuestro presidente del Gobierno o sus ministros espiados en esos móviles gratis que tienen como cargos públicos -no los suyos privados- que pueda comprometerles o descubra su intimidad? ¿Fotos de sus vacaciones con la familia? ¿Momentos eróticos en su dormitorio?