Por José Luis Fernández Rodrigo, periodista
Si en la Edad Media valía todo, siempre y cuando tuviera legitimidad “divina”, en nuestros tiempos que nos ha tocado vivir, ahora es la “Libertad” la que vale para descosidos, rotos y -con frecuencia- para hacer el memo.
Cada vez que un dirigente político, un portavoz de las familias de una AMPA, un tertuliano televisivo, un influencer de las redes sociales, etcétera, quiere cargarse de razones para que todos comprendamos su postura, casi siempre acaba apelando a ser “libres”. Para comprender que libertad no es sinónimo de hacer lo que me da la gana, basta con aplicarlo a las múltiples situaciones en que eso no cuadra sin más: asesinar, robar, ejercer la violencia, estafar, conducir de forma temeraria... La lista de acciones prohibidas y que no se puede justificar porque somos libres de cometerlas sería muy larga.
Con los delitos, parece evidente y nadie lo cuestionará, seguramente. Pero ahora fijémonos más detenidamente en otros ejemplos de actualidad en los que planea la libertad como coartada. Los defensores de la enseñanza concertada protestan cuando consideran que el Estado les impide ser libres porque no financia lo suficiente -para sus cálculos- estos centros y da prioridad a los públicos. La reivindicación es legítima, pero no se trata de libertad, sino de gestión del dinero de todos: los padres son libres de llevar a sus hijos al colegio que quieran, pero si no les satisfacen los públicos, deben pagárselo de su bolsillo. Como hay suficiente demanda social para esta educación dirigida por la Iglesia, la Administración establece esos conciertos en los que se enseña el mismo plan de estudios que en la pública. La asignatura de Religión o la formación complementaria que se quiera añadir a las materias obligatorias, eso ya queda fuera del horario escolar, que lo acuerde cada centro concertado, no debería contar con fondos de los impuestos. En todo caso, que se ajuste el número de colegios e institutos concertados al volumen de usuarios, sin hacer más porque sí ni tampoco cerrarlos sin razón.
Cuando la presidenta madrileña Díaz Ayuso (que no ganó las elecciones, no nos olvidemos) lanza esa alerta de “Comunismo o libertad” solo hace que reeditar la misma idiotez de su predecesora Esperanza Aguirre, cuando nos quiso asustar con aquello de que en Madrid se iban a formar los “soviets” con la jueza Carmena como alcaldesa. Como se vio posteriormente, ni la Puerta del Sol se parece a la Plaza Roja de Moscú en tiempos de Stalin y otros tiranos genocidas, ni la política municipal ha aplicado ninguna receta de la antigua URSS. Es más, el polémico y denostado sistema de limitar el tráfico en el centro de la ciudad, por la contaminación, ahora lo defiende y lo quiere ampliar el alcalde Almeida, muy liberal y también representante del PP, cuando en campaña prometió derogarlo de inmediato. Por ejemplo.
Al rebajar impuestos a las grandes empresas radicadas en la capital de España, los madrileños no son más libres. A no ser que entendamos que son más libres de endeudarse para pagarse seguros médicos privados porque la Sanidad pública ha tenido recortes desde hace décadas. Por ejemplo. Al dejar abrir los bares en plena pandemia, son libres de ir a disfrutar de la estupenda hostelería que tenemos, y también más libres de contagiarse del coronavirus y tener más papeletas de enfermar, acabar hospitalizados o algo peor... Hemos oído mucho la cantinela esa de que nadie ha cogido el Covid-19 en el bar, pero ¿quién sabe dónde se infecta? Hasta varios días después no se sufren los síntomas. La solución no consiste en dar alegremente esa falsa libertad, sino en compensar a todos los profesionales que tienen que echar la persiana porque en su actividad hay aglomeraciones de gente.
Tan estúpido será que el hecho de dar manga ancha a los bares le dé votos a Ayuso, como lo sería que las muertes por coronavirus se los quite por culparla a ella de esas defunciones. En esta pandemia, nadie lo ha hecho bien al 100% y las estadísticas así lo cantan, con datos trágicos de forma generalizada. A escala planetaria, podemos hacernos una idea de lo que ha funcionado y lo que no: los países que más “libertad” han dado, no por principios ni sentido común, sino más bien por desidia y soberbia (Brasil y Estados Unidos), encabezan el triste ranking de la muerte. En el extremo contrario, los más estrictos y restrictivos con la movilidad (Australia, Corea del Sur) han sufrido mucho menos esta pandemia.