J. J. Fernández Cano, escritor
Lejos todavía de haber dejado atrás los incalculables daños, tanto personales como sociales y económicos, causados por la pandemia, y cuando ya nos disponíamos a creer que se empezaría a reactivar la economía, las redes de transportes de todo tipo, eslabón imprescindible para su normal funcionamiento, nos encontramos con la cruda realidad de que la cadena que mueve la gran máquina apenas emite unos agónicos estertores, unos fallidos intentos por arrancar. Los engranajes que componen su anatomía están anquilosados, quizás por el mucho tiempo de inmovilidad.
Lo que nos llama poderosamente la atención a los profanos en estos, para nosotros inabarcables asuntos, es que las cosas ocurran así, tan de improviso como una granizada. Se nos dice que se ha establecido un colosal bloqueo en los transportes, especialmente marítimos y terrestres, causados principalmente, por la escasez de materiales que cargar, algo que uno entendería cuando se refiriesen a productos perecederos, pero este razonamiento no tiene cabida cuando se trata de materiales de construcción, automoción, materias plásticas e infinidad de productos que no tienen fecha de caducidad, y que solo se explica su escasez, y hasta su inexistencia, porque muchos de ellos permanecen retenidos por los pícaros de siempre, ya que su imparable subida en los precios puede dar a unos pocos sustanciosos beneficios.
Estos gravísimos desequilibrios, unos causados como lógica consecuencia del lastre con que nos cargan nuestros problemas sanitarios, y otros originados por los desalmados oportunistas que no desaprovechan la ocasión para hacer su agosto, nos están llevando a una situación de angustia económica sin precedentes. Y en esto me considero lo suficientemente informado para asegurar los enormes problemas que ya están sufriendo muchas empresas (sobre todo en nuestra comarca, que es lo que mejor conozco) en lo que se refiere al abastecimiento de materiales, algo básico para no interrumpir la fabricación de sus productos, para cumplir como siempre hicieron con sus clientes. A todo esto hay que agregar unas subidas de precios desorbitadas en dichos materiales que dificultan, y hasta imposibilitan en muchos casos la aceptación de los pedidos que van surgiendo.
Todo induce a pensar que este problema de abastecimientos que se nos viene encima, que ya vive con nosotros, requerirá adoptar medidas contundentes para evitar, o al menos paliar el colosal impacto que puede causar en la economía a nivel mundial. Esperemos que los gobiernos afectados por este nuevo virus, que son todos, salgan al paso de esta perniciosa situación creando algún organismo que frene los insaciables apetitos de quienes ejercen el oficio de hacer leña del árbol caído.