Por J. J. Fernández Cano, escritor
No es una preciosa cajita con arabescos y filigranas como la del clásico cuento titulado "La caja de Pandora", sino un enorme baúl como los que suelen utilizarse para guardar cachivaches de varias generaciones.
Y sí, en dicho baúl se han ido acumulando nombres de individuos y entidades que defraudaban, y que continúan timando al fisco sin el menor pudor ni freno. Pero como el sabio refranero sentencia, a cada cañada le llega su añada, y al baúl, a pesar de su gran tamaño, la abundancia de defraudadores y las escandalosas cantidades defraudadas han hecho saltar por los aires la tapadera. Estas artimañas, aunque nos indignan por el enorme perjuicio que suponen para la sociedad en general, no sorprenden a nadie, puesto que se vienen practicando desde mucho tiempo atrás. La caja, más bien cajón, al mostrarnos su sucio contenido nos pone al día sobre la enorme cantidad de defraudadores, las millonarias fortunas que han sido defraudadas y la casi absoluta impunidad con que han actuado.
No faltan quienes pretenden (si no justificar, porque sería imposible) si al menos atemperar la gravedad de estos execrables manejos, alegando que todos evadimos impuestos aunque sea en pequeñas cantidades, algo que también merece ser controlado y evitado, pero no se puede considerar a quienes han cobrado o pagado el trabajo de un electricista por cambiar un enchufe o el de un fontanero por reparar un grifo, con quienes, valiéndose de argucias (no legales pero sí toleradas) evaden al fisco auténticas millonadas.
Aún con riesgo de rozar la ingenuidad por pecar de optimista, me anima la esperanza de que este nocivo asunto de la evasión de impuestos al por mayor estalla por fin, y que está siendo cercado y acosado de forma seria y con la dedicación y contundencia que su gravedad merece, gracias a ese gran contingente de periodistas dedicados a investigarlo. Ello está dando como fruto la exposición ante la ciudadanía de una apabullante lista de nombres y apellidos de personajes que ostentan altos cargos en la política, el mundo de los deportes, del arte y en infinidad de estamentos que representan y componen nuestra sociedad.
No deja lugar a dudas que este virus del fraude fiscal es una modalidad más de corrupción que está causando un daño a la economía de alcance mundial que amenaza con asfixiarla si no se le pone freno. El remedio, a mi juicio, no estriba en subir los impuestos a los que más tienen, sino que se paguen de forma equitativa, que nadie escurra el bulto, evitar que los que más poseen o más ganen, se refugien en paraísos fiscales, que estos escondrijos no existan.