Por José Luis Fernández Rodrigo, periodista
Llegaron hace apenas una década y pusieron patas arriba el panorama político, desbaratando el bipartidismo y parecía que habían venido para quedarse. Uno de ellos -Ciudadanos- ya parece abandonar el terreno de juego y el otro -Podemos- lleva camino de quedar en lo que antes representaba Izquierda Unida, un partido minoritario que nunca tocó el poder que le correspondía proporcionalmente a su peso en las urnas. La euforia del Partido Popular como fuerza más votada es totalmente lógica y llega después de su travesía del desierto a la que le abocó una corrupción imbricada hasta en sus entrañas. Creo que ahí radicó precisamente el auge de la formación naranja liderada por Albert Rivera: había un electorado hastiado de que los populares fueran noticia a diario por sus mangoneos y se refugió en el nuevo partido «liberal y centrista». Por más que ahora traten de autoanalizar en qué fallaron, no ha sido culpa suya: tenían unos votos prestados, han sido un espejismo y cuando toda esa base social conservadora ha considerado que sus siglas de toda la vida (PP) ya habían purgado, eran caras nuevas, han vuelto a serles fieles. Los más acérrimos, se han ido a Vox, un fenómeno aparte, pero tampoco tan novedoso, siempre anidó dentro de las filas del PP.
Con Podemos la evolución ha sido distinta. Capitalizaron el hartazgo con el sistema evidenciado en aquella acampada histórica en el centro de Madrid y llegaron a los cinco millones de votos. Luego su alma mater, Pablo Iglesias, cometió el crimen del siglo al comprarse un chalet y desde entonces no ha parado la desbandada. Además, con la división propia de la izquierda, cíclica y destructora, van de regreso al respaldo electoral que mantuvieron estable mucho antes Gerardo Iglesias, Julio Anguita… entre 1,5 y 2,5 millones de votos.
Si en lugar de hacer recuento por partidos, se hace por bloques de derecha e izquierda, se verá que los movimientos han sido escasos y más internos que otra cosa. Las oscilaciones tienen más que ver ahora con cuántos se decantan por PP o Vox y quiénes prefieren al PSOE o a Podemos-IU. En definitiva, los dos nuevos protagonistas de la escena han brillado refulgentes sin llegar a perdurar con luz propia. Tal vez a la izquierda de los socialistas sí quede hueco, en caso de que consigan unificarse en torno a Yolanda Díaz, su última esperanza, una «luciérnaga» entre tanta oscuridad de disputas con Íñigo Errejón, Compromís y otros jugadores en liza.
Pero sí repiten el espectáculo de las autonómicas andaluzas, esos votos se perderán fraccionados al no llegar al 5% mínimo. Un dato que así lo certifica: en los últimos comicios del 28M recién celebrados, más de 330.000 papeletas de izquierdas se quedaron sin un solo escaño de representación, al registrarse disgregadas en diferentes partidos que, si se analizan sus programas, prácticamente defienden lo mismo.