Por J. J. Fernández Cano, escritor
Todo apunta a que las intenciones, por parte de los gobiernos, de intentar, al menos, poner coto al deterioro y envenenamiento a que está sometido nuestro planeta, esta vez van en serio. Hasta aquí, se han celebrado cumbres multitudinarias, se han establecido protocolos que no sólo se incumplieron, sino que ni siquiera los firmaron en su nacimiento algunos países de las más potentes economías del mundo; el tiempo nos demostró, y nos continúa demostrando, que estas grandes potencias económicas no estaban dispuestas a permitir que sus ingresos sufrieran la más pequeña merma en sus beneficios, aún a costa de arrastrar a nuestra casa común la Tierra a un precipicio sin fondo.
Hay quienes alegan, en su afán por justificar el desmedido ritmo, el desenfreno con que se mueve el mundo de la economía, la industria, las finanzas y todo lo que genera dinero y poder, que si esto se frenara, la pobreza sería mayor en el mundo; esto es absolutamente falso. El fruto de estos beneficios obtenidos sometiendo al planeta a una salvaje explotación revierte en la creación de nuevos millonarios, y en engrosar las cuentas de quienes ya lo eran, pero nunca en beneficio del grueso de la sociedad, puesto que las bolsas de pobreza y desigualdades son cada vez mayores, ya que los desórdenes meteorológicos originados por el cambio climático obligan a miles, millones de familias, a abandonar sus tierras de origen, en las que desde sus ancestros les era posible al menos subsistir. Han llegado al extremo de la cruel hambruna, que obliga a migraciones tan cuantiosas como desesperadas, un claro ejemplo lo tenemos en las terribles imágenes que se están dando -cada vez más- en las fronteras que dividen a los países pobres de los países ricos, donde se da lugar a situaciones dramáticas, en las que los padres se desprenden de sus hijos (algunos bebés) embarcándolos en una incierta aventura huyendo de la miseria más absoluta. ¡Qué situaciones más desesperadas. qué vergüenza para toda la Humanidad!
En las últimas décadas, el avance de nuevas técnicas ha permitido una destacada aceleración en la fabricación de infinidad de artículos, sobre todo industriales, algo que podría llamarse progreso, si no fuera porque estas necesidades fabriles precisan consumir ingentes cantidades de materias primas y escasas restricciones medioambientales, llegando a extremos de sobreproducción, por otra parte, que sobrepasan las voraces necesidades consumistas.
El mundo se nos pudre a pasos agigantados. A estas alturas no hace falta hacer una descripción de cómo están nuestros mares, nuestros ríos y el aire que respiramos. Llego a preguntarme, cada vez con más insistencia, si no tendrá alguna relación el terrible coronavirus que estamos sufriendo con vivir en este mundo tan podrido... La suciedad siempre fue la cuna de las enfermedades contagiosas.