Por J. J. Fernandez Cano, escritor
Desgraciadamente, en lo que se refiere a incendios forestales vivimos una carrera imparable que nos conduce, inevitablemente, a una catástrofe ecológica que, junto a las múltiples agresiones medioambientales que sufre nuestro planeta en forma de envenenamiento de las aguas, contaminación del aire que respiramos y nuestro desbridado desenfreno en consumir y como consecuencia generar basuras, contribuirá a que nuestra gran y única casa, La Tierra con mayúsculas, pase de llamarse Planeta azul a erial calcinado; algún día, no muy lejano, inhabitable.
Los científicos, como expertos en la materia, ya nos vienen advirtiendo de que si no se pone remedio a esta carrera infernal, caminamos, irremediablemente, hacia el abismo, pero también afirman, como último atisbo de esperanza, que todavía estamos a tiempo de enderezar el camino si adoptamos las restricciones adecuadas capaces de frenar este suicidio universal.
La franja de desertificación en nuestra península avanza inexorable; parte de la Andalucía oriental y de la costa levantina, entre otras regiones de nuestro país, muestran una progresiva pobreza de masa forestal, lo que nos lleva a la descorazonadora conclusión de que estamos atrapados en un círculo vicioso del que es muy difícil escapar, puesto que al disminuir la vegetación, acuden menos las lluvias y nevadas, lo que hace, a su vez, que la vegetación sea más pobre. Si a esto añadimos el mal mayor, que son los incendios forestales, las posibilidades de escapar de la ratonera, rozan lo imposible.
Este seco verano que aún continua con nosotros se ha saldado con la devastación de miles de hectáreas en casi la totalidad del globo terráqueo (alcanzando, incluso, a países nórdicos que por sus bajas temperaturas nunca antes habían conocido semejantes catástrofes). Y nuestra península no ha ido a la zaga en este torneo infernal de los incendios forestales.
Esta situación nos lleva a plantearnos hasta dónde todos y cada uno de nosotros hacemos lo posible, si no para evitar este azote que sufre nuestra gran casa, la madre Naturaleza, sí al menos poner los medios que estén a nuestro alcance para frenar el ritmo en aumento en el que se registra cada verano con más incendios que el anterior, pero tal vez menos que el próximo.
Y esta evaluación nos sale negativa cuando nos damos una vuelta (los que admiramos la Naturaleza) por estos parajes poblados de pinares que todavía adornan las sierras de nuestra comarca y las vemos salpicadas aquí y allá por los fantasmas muertos que representan los ramalones y pinos enteros arrancados de raíz por los fuertes vientos y nevadas de años pasados. Entre eso y el suelo alfombrado de matorral traspillado, nuestros montes pueden arder con un simple chasquido de dedos.