Por José Luis Fernández Rodrigo, periodista
Al principio de esta pesadilla de la pandemia, los científicos nos avisaron de que todos, tarde o temprano, íbamos a contagiarnos con el maldito bicho. En algunos países incluso se lo tomaron con tranquilidad inconsciente: si no había nada que hacer, no hagamos nada. Claro, el precio que pagaron se pudo medir después en los tanatorios.
La vacuna, por más que negacionistas y escépticos lo olviden, no evita al 100% los contagios, pero la mortalidad cae en picado (un 90% en la Comunidad Valenciana, según los últimos datos de un estudio reciente) y también las hospitalizaciones. Por ese lado, misión cumplida. Pero como ya he escrito en alguna ocasión en estas páginas, lo que sí ha fallado es el tiempo para inmunizar a la población. De igual manera que la UE y Estados Unidos invirtieron una fortuna en los laboratorios -con demasiada opacidad sobre las cantidades y condiciones de patentes, todo sea dicho- para desarrollar en tiempo récord las vacunas, no se entiende que después no recibiéramos todos las dosis en un par de meses.
¿Qué hubiera cambiado con esa mayor celeridad para fabricar estos fármacos? No soy científico, pero supongo que la propagación habría sido más lenta y la pandemia habría dejado de ser noticia hace meses. Nos iríamos contagiando todos -asintomáticos o con molestias leves- sin llegar al hospital ni mucho menos la UCI, y ese proceso se extendería varios años quizás, o se convertiría en algo parecido a la gripe, que va mutando cada año, algunos se vacunan y otros ni eso. En cambio, tenemos a todas las regiones pobres del planeta, que son la mayoría del territorio, no lo olvidemos, sin vacunas y sin perspectivas de tenerlas. Si según la predicción científica nos acabaremos contagiando todos, ¿cuánto tiempo van a tardar en pasar la enfermedad en el Tercer Mundo? ¿Se van a quedar allí todos o por la inevitable movilidad nos lo irán trayendo a nosotros, los “civilizados”, como ahora ómicron y luego las variantes que vengan?
Y tampoco hay que perder de vista las cifras revisadas de otra manera, al revés, por ejemplo. Tenemos más de 90% de la población vacunada, en la Comunidad Valenciana, por mirar nuestra realidad más cercana, pues eso significa que hay unas 400.000 personas todavía sin inmunizar, entre niños (330.000 menores de 11 a 5 años de edad, que ahora están recibiéndola) y los últimos rezagados negacionistas. Siguen siendo 400.000 organismos vivos por los que puede circular el coronavirus con total facilidad, más los demás, en los que le cuesta más, pero también prospera. Si además somos 17 autonomías, casi 200 países en el mundo… Me temo que va para largo.