Por José Luis Fernández Rodrigo, periodista
El juez de menores seguramente más famoso -Calatayud de apellido y granaíno para más señas- suele entretener mucho y yo mismo lo he seguido en algunos vídeos en Internet e incluso en directo, cuando hace unos años ofreció una conferencia en Ibi. Lo recomiendo.
Su lógica arranca carcajadas porque tiene gracia contándola y mueve a la reflexión acerca de cierta pérdida de valores morales en nuestra sociedad. Resumiendo mucho, su tesis es que ya no hay respeto de los hijos a sus padres y, en buena medida, la culpa viene de los progenitores por desidia y un concepto mal entendido de su papel en la familia. “Yo no soy amigo de mi hijo, sino su padre, porque si me hago su amigo lo estoy dejando huérfano”. No le falta razón, en cuanto a que hay que guiar, orientar y, llegado el caso, ordenar a tu retoño si lleva mal camino. Por algo la condición de menor de edad implica sobre todo que un adulto tome las decisiones por él dado que no ha madurado lo suficiente y se le debe proteger por su vulnerabilidad.
El juez Calatayud también reivindica la autoridad del maestro de escuela, a quien últimamente se le desprecia por parte de algunas familias, lo que puede haber propiciado conductas violentas de algunos alumnos, que llegan a la agresión en las situaciones más extremas. Probablemente tienen algo de razón quienes opinan que si en casa no se cuestionara al profesor delante de los hijos, ni se amagara con ir a protestar o recriminarle una nota, por ejemplo, ese chaval no se sentiría legitimado para alzar la voz en el aula o dejar de acatar las instrucciones del docente.
Solo que muchos de esos padres nostálgicos de otros tiempos de capones, reglazos en los dedos juntos puñetazos encima de la mesa al grito de “aquí se hace lo que me sale a mí de los c.”, que tanto aplauden los argumentos del juez de menores, ahora en cambio quieren decidir cuáles son las asignaturas que se deben impartir en clase a su prole.
Ha cundido la alarma entre ellos -otra alarma más, después de la de los okupas, los MENAS, las expropiaciones- de que se han colado en las cúpulas del sistema educativo una horda peligrosa bolivariana que ha ordenado que paren las máquinas en las ediciones de libros de texto, para meter propaganda y que los niños se monten orgías en clase desde los cinco años de edad y sueñen con ser transexuales e irse a vivir a Venezuela, o quemar iglesias, etcétera.
En Murcia, Vox ya ha dado el primer paso legal para que la gente de bien tenga la potestad de declararse insumisa ante el temario en el colegio, gracias a que fueron la pionera comunidad autónoma que metió en su Gobierno a la ultraderecha, previo soborno a unos diputados díscolos que estaban de oferta en Ciudadanos. El partido que venía a regenerar nuestra democracia.
Quién sabe, igual pronto Castilla-León sigue ese camino edificante, porque allí también mandan ahora los que lo arreglan todo con toros, caza y procesiones. Sabiendo que en las filas de Abascal los hay que niegan el holocausto nazi como una exageración y un bulo de los rojos, tal vez un pater familiae de Lorca -póngamos por caso- pronto pueda exigir al profe de historia de su hija de 14 años que se salte la lección sobre la Segunda Guerra Mundial, que ya se sabe que aquellos judíos se lo tenían merecido y no hay que adoctrinar a los adolescentes. Hablando de los judíos, habrá que tachar también el periodo posterior cuando ellos llegaron a Palestina, que sus descendientes tampoco están mancos “colonizando” la Tierra Santa. Y así sucesivamente.
En definitiva, preservemos el principio de autoridad, la nuestra o mejor la mía, la que a mí me parezca la buena, la válida, la única. Con tanta gentuza suelta por ahí…