Por Moisés Aparici Pastor, escritor
Lo vemos cada día, parece que ni el Gobierno de España, ni gobiernos autonómicos, trabajan con vigor y agilidad frente a esta pavorosa desolación provocada por el aumento del virus. Sumemos a esto nuestra propia irresponsabilidad, como la de algunos padres que llevan a sus hijos al colegio sabedoras de que son positivos en Covid. Según se miren las cosas, esta clase de padres desnortados vienen a ser los que antaño consideraban el colegio como aparcamiento de sus hijos. Lo grave es que esos hijos tengan padres como estos, capaces de, en medio de esta pavorosa desolación, maquinar reacciones nada sutiles de que sus hijos puedan seguir infectando a otros niños. ¿Cuántas cárceles habríamos de construir para tanto insensato egoísta, de escasa moral?
Días atrás escuchando conversaciones de personas conservadoras respecto a la figura de Pedro Sánchez y su Gobierno, se vertían descalificativos al presidente del Ejecutivo, y exabruptos hacia su otra pata de apoyo marxista comunista y todo ese contubernio judeo masónico que creen los acompaña. Muchas descalificaciones, y se les escaparía eso de: “la suerte que hemos tenido, menos mal que el virus le ha tocado torearlo a Pedro Sánchez y no a nosotros”. Por lo general, las personas conservadoras desprecian a todos aquellos que desde su izquierdismo son capaces de navegar entre el mar tumultuoso de pasiones humanas, llevados por sus ideales, sentimientos y emociones.
De ahí, el que una Ley de Memoria sea tan necesaria en la defensa de la democracia y de todas aquellas personas que, desde sus improvisadas tumbas comunes –o en cunetas diseminadas por todo el país–, reclaman que se declaren nulos de derecho aquellos juicios franquistas que, sin garantías, les declararon reos culpables de muerte; o resarcir tanto oprobio a aquellos miles de fusilados tirados en lugares inhóspitos sin ser llorados y exhalar el aroma de tantas flores que se hubiesen depositado sobre sus tumbas. Sobre ellas, los derechistas opinan que no hay que remover los huesos de tumbas polvorientas. Del Valle de los Caídos dicen: «los insensibles rojos pretenden transformar este lugar en un cementerio civil donde se rinda homenaje a los 30.000 muertos de ambos bandos. Y claro, los herejes retirarán a los monjes benedictinos que custodian la basílica, y luego derrocarán la emblemática cruz que preside el valle».
Franco ya no afrenta en ese lugar a sus víctimas, y no ha pasado nada. Poco a poco, y con decenas de años de retraso, este país va impartiendo justicia a todas las víctimas de aquella bárbara dictadura.
En fin, que, tras algunos atavismos de miseria, amanece y las estrellas se desvanecen. El aire persiste agridulce, pero más allá del pesimismo y temores de algunos, no existe ánimo desatado en la izquierda; igual, si acaso, feliz satisfacción.