Vaya por delante que Jaime (nombre ficticio) está “encantado” con su trabajo en una residencia de ancianos de Alcoy, donde fue contratado al inicio de la pandemia, y pese a los duros momentos que ha vivido y, seguramente, seguirá viviendo, afirma que “es el mejor trabajo de mi vida”.
Este ibense, ayudante de residencia, sabe bien lo que es estar en primera línea de combate contra el virus, que pasó de largo en la primera ola pero que ha causado estragos en la tercera.
Jaime entró a trabajar en el geriátrico en julio del pasado año y aquella primera ola transcurrió sin ningún contagio, tanto entre los 120 residentes, como en los 80 trabajadores. Los ancianos disfrutaban entonces, explica Jaime, de una movilidad completa, tanto en el interior del centro pudiendo acudir al comedor y a todas las salas polivalentes, como en el exterior, con paseos por la calle.
También la plantilla se movía entonces con libertad por las instalaciones, cumpliendo con todas las medidas sanitarias, y Jaime pudo ejercer, dentro de las condiciones de su puesto de trabajo, como ayudante en tareas de toda índole, tanto en la cocina, limpiando o como celador.
Sin embargo, la segunda ola comenzó a golpear a final del verano y la situación empezó a torcerse, hasta tal punto que en el mes de diciembre habían registrados veinte positivos en el geriátrico. “A partir de ahí -añade Jaime- se desató el pánico porque los contagios se extendían de forma rápida y no se sabía de dónde venían”.
Como se sabe, la tercera ola ha golpeado con dureza a toda el departamento de Salud de Alcoy y, lamentablemente, en el geriátrico donde trabaja Jaime han fallecido más de veinte residentes y entorno a unos 40 empleados han sido contagiados.
A las medidas sanitarias de higiene y protección que ya se estaban aplicando, las autoridades añadieron otras mucho más estrictas y ahora “vamos todo el día con trajes EPI: peucos, doble guantes, doble mascarilla, pantalla facial, gorro y doble bata. Además, la movilidad se ha eliminado por completo, los residentes están en sus habitaciones y cada trabajador tiene asignada una planta del edificio, de la que no puede moverse en absoluto”.
Jaime es responsable de diez habitaciones y las tareas de limpieza y desinfección a fondo se realizan ahora a diario, “y en menos de 20 minutos para no estar expuesto al virus”. La calefacción se mantiene encendida pero en las zonas comunes las ventanas están abiertas porque “lo más importante para luchar contra la propagación es tener una buena ventilación”, asegura.
Ansiedad y mal humor
La tercera ola ha traído mucha ansiedad en todo el centro, no solo entre la plantilla, sino también entre los ancianos.
Jaime cuenta que a raíz de las cuarentenas, se ha tenido que echar mano de la bolsa de trabajo para suplir las bajas laborales pero “he visto a mucha gente entrar a trabajar y marcharse a las dos horas·”. La presión por mantener la seguridad es muy alta y puede ser insoportable, de hecho “yo mismo he sentido pánico, bloqueo mental y me he puesto a llorar, pero entonces tu cabeza hace ‘clic’ y decides seguir hacia adelante porque no se pueden quedar solos y alguien tiene que cuidar de ellos. Y a pesar de que lo he pasado mal, estoy encantado, es el mejor trabajo de mi vida”.
También ha tenido que abandonar su residencia habitual y trasladarse a vivir solo, aislado, sin familia, amigos, sin nadie “por pura responsabilidad”, pese a someterse periódicamente a pruebas PCR para descartar contagios.
Para los residentes tampoco está siendo nada fácil, añade Jaime. Muchos estaban acostumbrados a salir a la calle y a moverse libremente por el recinto “y verse ahora encerrados en sus habitaciones, sin poder ver a nadie, ni poder comprar caprichos para comer, les pone tristes y de malhumor”. “No todos, claro -puntualiza- también hay gente alegre que sabe aprovechar los momentos, como uno de los matrimonios de la residencia a los que encuentras a veces bailando en su habitación”.
Falta de conciencia
Estar al cuidado de uno de los colectivos más vulnerables de la pandemia confiere una perspectiva realista de la situación. “Soy partidario de cerrar a cal y canto tres meses todo el país para parar todo esto. La gente no es consciente de lo que pasa, únicamente los que están en primera línea, como sanitarios, profesionales geriátricos, policía, dependientes...saben realmente el peligro que se corre”.
En la residencia ya están todos inmunizados, con la segunda dosis también, de la vacuna de Pzifer, pero “se siguen manteniendo todas las medidas de seguridad y siguen sin salir al pasillo”, a la espera de que esta tercera ola remita y puede recuperarse un poco aquella ‘normalidad’ que dejaron olvidada tras el verano de 2020.
Gracias por tu testimonio. Admiro a la gente que trabaja con vocación cuidando de los más débiles. Ojalá yo pueda llegar a esa edad y encontrar alguien como tú a mi lado para cuidar de mí. Enhorabuena.