El galimatías en el que se ha convertido la gestión de la pandemia en Madrid es digno de una película de los Marx, de los hermanos claro. No hay quien comprenda las cláusulas del contrato ni de las medidas a la que están siendo sometidos los madrileños que, un día tras otro, se levantan con nuevas pautas sociales, cambios en los confinamientos perimetrales, horarios de cierre y demás improvisaciones que tienen a los ciudadanos hasta la coronilla. Pero la cosa no va de humor. No tiene ninguna gracia vivir en un estado permanente de inseguridad e incertidumbre y menos con un virus campando a sus anchas por las calles castizas de la capital, que tiene el triste mérito de ser la ciudad con más casos y fallecimientos que registra en España, y porcentualmente en Europa.
Con los sanitarios en constante estado de excepción luchando contra la pandemia, la microeconomía local por los suelos y las esperanzas de tener una vacuna fiable antes de final de año desinflándose, es indignante observar cada día cómo los responsables de los gobiernos central y regional se echan los trastos a la cabeza.
Salvo honrosas excepciones, las decisiones se están tomando tarde y mal. El virus nos ha vuelto a coger la delantera y eso contribuye a que las medidas sean más restrictivas; y mal porque en estos momentos los ciudadanos tienen la desagradable sensación de que muchos de los criterios aplicados en determinados territorios obedecen más a una estrategia política para tumbar al adversario que no a una decisión consensuada y avalada por expertos y científicos. Un lamentable panorama que alimenta la devaluada imagen que se tiene de la política, o de una parte de ella. Y esto es muy serio.
Con estos antecedentes, es más que razonable exigir responsabilidades a quienes han asumido la tarea liderar esta lucha contra el virus de forma tan incompetente. Y esto lo tiene que pedir la ciudadanía sin distinción de colores ni banderas.