Y llegó el verano, un verano atípico, inusual, la “nueva normalidad” la llaman algunos, pero la realidad es que la normalidad hace mucho que cambió cuando de sostenibilidad ambiental y ecosistemas naturales hablamos y no solo por la llegada del COVID-19 para nuestros hábitos.
El año 2020 empezó sin apenas anomalías en temperaturas medias, en torno a los 9,3º de media para nuestra comarca, lo que sí sorprendió fue la precipitación acumulada, en lo que fue el mes extremadamente más húmedo desde 1991, sobre todo los días del 19 al 22, donde nieve, lluvia y granizo afectaron a nuestro territorio con un nombre propio, la borrasca Gloria, que fue el temporal más duro sufrido en España desde 1982 y que sacudió especialmente a nuestra Comunidad Autónoma.
En el mes de febrero tuvimos la contra, teniendo unas temperaturas de +3,5º de la media que nos lo situaba en el febrero más cálido desde 1950 con 13,8ºC, y una precipitación de un 97% inferior a la media para el periodo 1981-2010, con tan solo 1,6 l/m2, tomando siempre cómo referencia el observatorio de Alcoi.
Con estas premisas nos metimos en marzo con una temperatura media de 12,2ºC, tan sólo 0,3ºC por encima de la media pero con una pluviometría de un 62% superior, lo que nos dejaba a puertas de primavera con unas buenas acumulaciones de lluvia.
Abril cálido, con sus 13,5ºC de media y lluvias con una anomalía del 78% superiores daba paso a un mayo extremadamente cálido con 2ºC por encima de la media llegando los 19,6ºC y pluviométricamente normal, entrando de lleno en un junio dentro de los parámetros normales (0,5ºC por encima) aunque con lluvias un 14% por encima de la media en nuestra Foia de Castalla.
Con todos estos datos, y hay quien duda del cambio climático todavía, nos plantamos en este verano con nuestros montes aparentemente bien regados pero con un verano largo que afrontar.
¿Dónde está el problema cuando de incendios forestales hablamos?, en el combustible muerto, y de eso desgraciadamente saben mucho nuestros montes gracias al paso de la borrasca Gloria antes mencionada, donde esa estampa invernal de nieve de la que muchos disfrutamos, dejó paso a un monte con infinidad de árboles caídos, la mayoría ya enfermos y debilitados, aunado después con fuertes lluvias que terminaron de tumbar a muchos de ellos debido a un terreno cargado de agua y dejando un sotobosque con material leñoso disponible para arder.
Hay quien dice que hay que limpiar el monte, pero la verdad es que no hay dinero suficiente en ninguna administración para llevar acabo tan pretenciosa misión.
El papel del fuego como herramienta de gestión del paisaje se fue perdiendo coincidiendo con el abandono del mundo rural que aconteció en la España de mediados del siglo XX.
Los incendios forestales en la Comunidad Valenciana son una parte intrínseca de nuestro territorio, se ha convivido con ellos desde tiempos históricos, pero no nos cabe duda que el abandono rural, el cambio climático y la pérdida de oficios cómo el pastoreo han contribuido a que algunos de estos incendios tomen la consideración de catastróficos cómo los ocurridos en 1994 con 140.000 Ha arrasadas o 2012 con 58.500 Ha, considerando estos “años negros” para nuestras retinas.
Si bien es cierto, los medios de extinción somos mucho más efectivos en la actualidad, por su mayor implantación de medios humanos y materiales en el territorio, que ha contribuido a lo que llamamos la “paradoja del fuego”, que siendo tan efectivos en infinidad de pequeños incendios hace que no nos demos cuenta que el fuego es un fenómeno natural tan necesario para la dinámica de los ecosistemas al propiciar un aumento de la diversidad biológica, mineralización de nutrientes, eliminación de individuos arbóreos enfermos y plagas, así como la diversificación de su estructura.
El uso de fuego como herramienta de gestión de nuestro territorio, podía tener cabida si existiera un entendimiento desde las administraciones para hacer un uso de este consensuada con “quemas prescritas” por ejemplo, que servirían tanto cómo para crear discontinuidades en el terreno que podríamos utilizar de freno en un incendio, cómo para el entrenamiento de los equipos de intervención.
Pero no sólo las administraciones tienen responsabilidad en los incendios forestales una vez producidos, los ciudadanos olvidamos que nuestra responsabilidad empieza desde el mismo momento que elegimos ese espacio natural para vivir o tener nuestras segundas viviendas de veraneo.
Hay muchas cosas que podemos hacer antes de que llegue ese incendio y otras muchas que debemos conocer si este se produjera, y debemos estar preparados, porque deben de saber, que ese incendio llegará y en nuestra mano está en que las consecuencias no sean devastadoras.
Y cómo, se preguntarán, pues haciendo los deberes en materia de autoprotección en estos enclaves o municipios con un Interfaz Urbano Forestal, exigiendo a los ayuntamientos los Planes de Actuación Municipales para el riesgo de Incendios Forestales, exigiendo a las urbanizaciones que trabajen en junta vecinal en esta materia, etc.
Sólo así ganaremos todos para evitar que cuando ese incendio llegue, no tengamos que lamentar perdidas materiales o lo que es peor, perdidas de vidas cómo lo ocurrido en Portugal, Indonesia, Chile, Grecia y más recientemente Australia.
Deben de saber que en nuestra comunidad solo hay unos pocos días en época estival donde el temido viento de poniente (seco, cálido y veloz) hace su aparición, pero la posibilidad que esos pocos días tengamos un GIF (Gran Incendio Forestal) aumenta exponencialmente.
Como dato les diré, qué de los 479 incendios en nuestra Comunidad en 2012, sólo 7 de ellos quemaron 58.000 Ha, los 472 restantes algo menos de 1.000 Ha, ahí lo dejo.
Debemos de dejar de ver al fuego cómo un enemigo, debemos de ser más conscientes de la importancia de la ecología, de la sostenibilidad, del cuidado y respeto de nuestro entorno natural y que todos somos parte de este planeta llamado Tierra del que no somos dueños.