Si Sánchez y Ayuso fueran los administradores de una empresa privada y tuvieran que lidiar con una crisis para salvar la firma, su estabilidad económica y a sus empleados, ahora mismo estarían de patitas en la calle. Pero claro, mantienen sus puestos de trabajo porque no hay ni nada ni nadie que pueda dejarlos en el paro. En nuestro país, los políticos tienen todo el tiempo del mundo para ellos porque saben que gozan de la misma fidelidad de sus votantes que los clubes de fútbol de sus hinchas. Y por eso siguen ahí.
España vuelve a estar sumida en una segunda ola, cuando todavía hay algunos ineptos que siguen discutiendo sobre quién fue el responsable de gestionar la primera. Otros se han dedicado a culpabilizar a sectores poblacionales como los jóvenes, inmigrantes o negacionistas que no quieren la mascarilla. Pero lo cierto es que los inmensa mayoría de los ciudadanos españoles asumieron correctamente el confinamiento más duro de Europa, con estoicismo y resignación, y acataron las medidas impuestas por el decreto del estado de alarma. Todo un sacrificio que ha costado miles de vidas y muchos puestos de trabajo. Y cuando parecía que el virus tenía sus días contados a finales de junio, al gobierno y al resto de gobiernos autonómicos no les pareció descabellado abrir apresuradamente la fronteras del país de par en par para atraer al turismo y además gestionar cada territorio su propia sanidad. En fatal error que solo está a la altura de la ineptitud de los responsables que tomaron esta decisión que ha desembocado en la actual situación.
En España la mediocridad en el sector político solo es comparable con su ineficacia. Entre impotencia e incertidumbre, los ciudadanos siguen impasibles el avance del virus que, menos mal, está siendo menos letal que durante su primera oleada, pero que está destrozando la economía, la que tanto sudor y lágrimas ha costado levantar tras la prolongada crisis de 2008. Lo que es evidente que la factura de la pandemia en nuestro país la van a pagar siempre los mismos: Los trabajadores más vulnerables, los miles de autónomos y empresas que ya han tirado la toalla y han decidido cerrar sus negocios y otros tantos que están con el agua al cuello esperando que más pronto que tarde acabe esta interminable pesadilla.