Por J. J. Fernández Cano, escritor
Aunque sea a contracorriente, lastrados por la pertinaz acción del Covid y sus devastadores efectos, nuestra sociedad, la española, digo, parece desperezarse de su forzado letargo abriéndose camino y sacando a flote viejos y graves problemas que nos venían atenazando ya desde tiempo atrás y llenándonos de vergüenza, sobre todo, a quienes gocen o gocemos de tal virtud .
Me refiero a los muchos y graves casos de corrupción que ya venían asfixiándonos en los años previos a la pandemia, una lacra social engendrada por la ambición y la miseria moral con visos claramente mafiosos que no mataba, así de pronto, al menos, pero sí nos acarreó incontables recortes en servicios tan vitales como Sanidad, Educación y otras necesidades sociales de no menos importancia, que dieron como fruto un estado de desigualdad y miseria económica en los que se llegó al extremo (situación que en gran medida se sigue manteniendo) en el que hay cientos de familias, miles de familias que no tienen ni qué poner en la mesa, salvo platos vacíos y semblantes entristecidos.
Y la cosa no tiene trazas de arreglarse, al menos a corto plazo, si el panorama político continúa enconándose y el primer partido de la oposición, PP, no ceja en su empeño de dinanamitar al actual Gobierno a costa de lo que sea, en un aquí todo vale, recurriendo a acusaciones tan execrables como llamar al Ejecutivo genocida por las muchas vidas causadas por el Covid . La gravedad de estas acusaciones ya se salen con mucho de las interminables ristras de insultos y ordinarieces a los que nos tenían acostumbrados.
El PP tuvo sus tiempos de gloria, llegó a aglutinar a muchos votantes, gentes en gran parte que apostaban por una derecha moderada, pero tras su deriva hacia la derecha más extrema, adobada con los casos de corrupción que alcanzaron cotas intolerables, su decadencia fue imparable; están recogiendo lo que sembraron.
Y si alguna pieza faltaba para completar el triste cuadro, ahora se reaviva el bochornoso “caso Kitchen”, sobre el que la Justicia, afortunadamente, parece decidida a llegar hasta el mismo fondo de la trama.
Nuestro ya considerable camino andado en democracia nos muestra que el poder corrompe, por su insaciable deseo de alcanzar más poder, pero también que la avaricia rompe el saco y los mismos corruptos terminan destruyéndose entre ellos. Aunque con otros visos y formas, al PSOE de Felipe González le ocurrió algo parecido en sus dos últimas legislaturas de mandato: el poder los llevó a la corrupción y esta al descalabro político.