Por J. J. Fernández cano, escritor
Las escaleras se deben subir peldaño a peldaño, pretender subirlas a saltos nos puede llevar a partirnos la crisma. Por ello tenemos motivos para sentirnos (así lo veo yo al menos) animados ya que no satisfechos, con el paso logrado en las negociaciones recientemente desarrolladas entre sindicatos y patronal, en las que se ha acordado dar un toquecito al SMI, Salario Mínimo Interprofesional.
Un incremento de 15 euros no es que sea motivo para echar las campanas al vuelo, pero sí un signo esperanzador de que las cosas van por el buen camino, teniendo en cuenta que hasta hace un par de años el SMI apenas pasaba de los 700 euros. Si a esto añadimos que las perspectivas de futuro que se vislumbran en economía y empleo para los próximos años son esperanzadoras, y confiamos en que el SMI lo vayan ajustando a esa bonanza, el panorama en este asunto no se percibe tan sombrío como algunos lo pintan.
Porque los hay que afirman que estas subidas en el salario de los que menos cobran van a suponer un grave quebranto para las empresas, y pronostican que causaría un importante incremento en el desempleo: esta falacia ya la esgrimieron en la anterior subida y no se produjo tal descalabro, a pesar de que las condiciones económicas de estos dos años pasados han sido de las más adversas en las últimas décadas. No se debe olvidar que el empresariado, principalmente pequeñas empresas y trabajadores por cuenta propia, continúan sufriendo importantes restricciones en el sector de hostelería, escasez y carestía de materias primas en la industria y, si tocamos la agricultura se nos cierra la noche en niebla, ya que el empresario agrícola (salvo contados casos) si alcanza a percibir, al menos, un jornal medio decente para subsistir, ya se puede dar con un canto en los dientes.
Estos desequilibrios merecen trato aparte, pero en realidad son la raíz de la que provienen muchas de las injusticias que nos aquejan, entre ellas, la del mundo del trabajo, que es la que ahora nos ocupa.
Pero todas estas razones expuestas por los empresarios no conformes con la subida del SMI, con ser ciertas, no justifican que se deje de luchar (en el sentido más noble de la expresión) por que ese mínimo salario se respete, con el fin de que se ciña siempre, por lo menos, a la pertinaz inflación que achica el poder adquisitivo y que siempre causa más daño a los que menos ganan.