Por José Luis Fernández Rodrigo, periodista
Ni entendí muy bien porqué cogió las de Villadiego hace un tiempo, ni tampoco me cuadra para qué se ha dado este paseo de ostentación ahora. Juan Carlos I (ya sin tratamientos mayestáticos ni el «Don» que le precedía) demuestra tener un cuajo difícil de superar.
Y a quien debe molestar más que a nadie esta conducta tan poco ejemplar será seguramente a su hijo, un Rey que hasta ahora demuestra bastante más seriedad y prudencia, como merece el cargo. Me aburre el debate encendido que ha suscitado el regreso fugaz a España del monarca que abdicó arrinconado ya por la vergüenza. Creo que lo que se merecía hubiera sido ignorarle, darle la relevancia social que se ha ganado -ninguna- y tratar de olvidar que durante décadas le mantuvimos con nuestros impuestos generosamente mientras él amasaba una fortuna con comisiones a empresas y negocietes sin declarar al fisco. Y encima nos lo colocó Franco…
Aunque casi resulta más patético ver a sus palmeros vitoreándolo en las calles, o abriéndole la puerta de su morada para alojarlo con honores, o invitándole a navegar en impecables veleros para que recuerde sus triunfos y talentos deportivos. También repele ver a algunos dirigentes políticos defendiéndole porque -según ellos- cualquiera que critique a este evasor fiscal lo que busca es minar la monarquía. Además, no tiene que dar explicaciones porque no le han condenado en ningún tribunal. Claro, ahí sí escuece la llaga: nuestra democracia se resquebraja cuando le sacan los colores de conceptos tan infumables como la «inviolabilidad», o sea, impunidad porque ningún juez te va a meter mano, o si uno hace memoria y recuerda cómo durante décadas todos los medios de comunicación acataban la ley del silencio con la monarquía. No se podía informar de nada, una patente de corso que nuestro jefe del Estado aprovechó para hacer lo que le dio la gana (se anticipó ahí a los consejos «saludables» de Isabel Díaz Ayuso, con su concepto de libertad).
Pues no, señalar con el dedo a un Emérito que carece de cualquier mérito no significa cuestionar la institución que representaba. Seguramente tocaría algún año de estos, más adelante, no hay prisa, convocar el referéndum que nos deben para elegir entre monarquía y república (u otro sistema), aunque sigue sin parecerme prioritario ni un asunto que vaya a cambiar sustancialmente la vida de las personas. Hay cosas más urgentes, pero de momento, a ver si Felipe VI puede ir lavando un poco la imagen de este conglomerado peculiar que vive en el Palacio de la Zarzuela, con este legado que le ha caído a él.