Por José Luis Fernández Rodrigo, periodista
Parece que va en serio, esta vez. Desde Europa han puesto fecha a la muerte de los motores de explosión en los vehículos, en 2035 se acabó lo de echar humos a la atmósfera por los tubos de escape. Al menos, con los nuevos que se vendan a partir de ese momento, aunque todo el parque móvil que habrá circulando seguirá algunos años más.
Parece probable que haya un boom del mercado de ocasión y que veamos una especie de fenómeno a la cubana, con reliquias restauradas por las calles, que los talleres mecánicos se pongan las botas por tanto nostálgico que no se resignará a dejar de escuchar unos buenos pistonazos de un V8 americano. Yo, por ejemplo. Otros pondrán a punto como si se tratara de podar un delicado bonsai el viejo Seat León de su loca juventud o el Golf de su abuelo.
La tecnología de las baterías de los eléctricos tendrá que progresar mucho para que no acabemos cambiando una contaminación por otra. Quién sabe, igual hasta triunfa lo del hidrógeno u otros inventos que están por llegar y hasta puede que ya estén preparados en algún cajón. Si hay negocio, todo es posible.
O podría ocurrir que convivan los cilindros de toda la vida con estos nuevos sistemas de propulsión. Si han sabido sustituir gasolina y gasóleo por gases (GLP, GNC) y por biocombustibles (colza, girasol, trigo, palma) o hasta por aceites reciclados, tal vez no estén condenadas al olvido esas sensaciones de ver subir el cuentarrevoluciones, cambiar de marcha, hacer un punta-tacón. Aunque está claro que la mayoría se habituará a la comodidad del empuje progresivo y constante de un motor eléctrico, sin sorpresas, sigiloso, mientras la mente puede estar a otra cosa sin necesidad de concentrarse en la conducción. Para todos los gustos.