La campaña hacia las Elecciones en Madrid no le falta casi ningún ingrediente. Menos, con el macabro aliciente de las misivas amenazadoras a distintos líderes políticos de rango alto que han venido a elevar todavía más la crispación. Estos comicios autonómicos se han convertido, en realidad, en una especie de test extrapolable a unas elecciones nacionales con el objetivo de analizar cuál está siendo el impacto de la pandemia sobre la intención de voto en España. Por supuesto, sin desmerecer en nada la victoria que supondrá, para quien lo consiga, gobernar la región más rica y con más influencia de todo el territorio español.
La sorprendente decisión del partido de Inés Arrimadas –obligada por las pésimos augurios de las encuestas– de dar su apoyo al Partido Popular para presidir la comunidad ha despejado de una vez por todas las cábalas para aclarar la batalla entre los dos bloques: izquierda y derecha. Además, la postura de Ciudadanos cierra la puerta, casi definitivamente, a posibles pactos con el PSOE de Gabilondo, lo que ha provocado que este abra acuerdos, ahora sí, con Pablo Iglesias. Y en este baturrillo de prepactos y estrategias se encuentran el conjunto de los madrileños que observan este circo entre la desesperación y el aburrimiento. Preocupación, porque la región es la tercera comunidad autónoma que más está sufriendo las consecuencias de la crisis sanitaria; y hastío, porque la campaña ha degenerado en una lanzamiento de cuchillos que poco o nada aportan para solucionar los verdaderos problemas del ciudadano de a pie. Como en el resto de España.
En este contexto, nos volvemos a encontrar un panorama desalentador que viene a confirmar la separación emocional entre los partidos políticos y el resto de la sociedad. Salvo honrosas excepciones, la crítica desaforada al adversario, la falta de propuestas claras y el continuo victimismo de los extremos ideológicos se han convertido en una tónica habitual del panorama político-mediático. Esta tendencia a teatralizar las campañas electorales por parte de los candidatos, y de todo el aparato que los acompaña, posiblemente venga alimentada por la tozudez de nuestra idiosincrasia de que importa más una buena imagen que una propuesta eficaz a la hora de decidir el voto. Esto, y la dificultad de despojarnos de ciertos prejuicios ideológicos que atenazan nuestra voluntad de cambio son los caballos de batalla que tendremos que resolver más pronto que tarde. De cada uno depende.