J. J. Ferna?ndez Cano, escritor
Sobre la vuelta a escena del líder de Unidos-Podemos, tras su baja por maternidad semanas atrás, Pablo Iglesias des- pertó un aluvión de opiniones que iban del sarcasmo más crudo, por parte de sus detractores, al entusiasmo exacerbado por parte de sus seguidores, pretendiendo elevarlo al rango de redentor, capaz de purificar los enquistados vicios que aquejan a nuestra sociedad. Como antaño se decía en términos taurinos, hubo división de opiniones. Personalmente me quedaría en el término medio, puesto que en mi opinión estuvo muy acertado en algunos de sus argumentos y no tanto en otros.
No está nada mal que se nos recuerde la imperiosa necesidad de erradicar la desfachatez con que evaden impuestos los que perciben rentas más altas: bancos y multinacionales, grandes compañías de la Economía y las finanzas que actúan con absoluta impunidad, haciendo que apechuguemos con tal obligación pequeñas empresas, autónomos y asalariados. La desvergüenza conocida como puertas giratorias, se ha reverdecido con el recién aparecido caso de S. Saez de Santamaría. Y tampoco estuvo demás el repaso que nos mostró con el ramillete de artículos de nuestra Constitución y no precisamente para ensalzar lo bien que se han venido cumpliendo desde su fundación, puesto que hasta aquí, nuestros gobernantes de turno han hecho de ellos mangas y capirotes, echando mano de tan bien ideada guía según su conveniencia.
Lo cierto es que el mitin de Iglesias, con sus pros y sus contras, ha despertado una gran polémica que, como siempre suele ocurrir, pronto será eclipsada por nuevos escándalos salidos a flote.
Iglesias es claro y contundente en su discurso, no se le puede negar su capacidad para cantarle las cuarenta hasta al lucero del alba, si se tercia, pero en ocasiones (y creo que esto él también lo sabe) su apasionamiento lo lleva a jardines en los que solo hay aliagas y ortigas; la insistencia (casi en tono de desafío) en que la alcaldesa de Madrid, Carmela Carmena, diga públicamente a quién va a votar, se sale completamente de madre, queda hasta un poco infantil. La alcaldesa de la capital de España votará a quien le convenga o le parezca mejor, haciendo uso de su legítimo derecho al secreto de voto. En este punto a Iglesias se le escapó su resentimiento, su escozor ante la unión de Errejón y Carmena: dos pesos que por su gran calado en la izquierda española y, valiéndose de la templanza y buen pulso político demostrado hasta ahora, van a hacer bastante sombra a Unidos- Podemos.
Esperemos que este desgarro (uno más cometido por las izquierdas españolas) el tiempo y el buen tino lo vayan cicatrizando.