Estamos a pocos días de conocer el alcance real de los acuerdos globales que salgan de la cumbre sobre el cambio climático que se está desarrollando en Glasgow en las últimas semanas. La información que llega a la ciudadanía, siendo pobre y poco clara, no es muy alentadora, de momento. Como siempre, las cumbres climáticas de las últimas décadas son una especie de decálogo de buenas intenciones que acaban en papel mojado una vez regresan a sus países cada uno de sus representantes. Porque una vez allí, se encuentran con la realidad de cambiar un modelo económico basado principalmente en la generación de residuos fósiles causantes del cambio climático, mal que le pese a los negacionistas, y eso supone modificar las economías locales de arriba a abajo. Y como todo, un cambio de esta magnitud supone un esfuerzo que obliga a imponer leyes, a limitar el uso de todos los derivados del petróleo, entre otras acciones, en los territorios donde más emisiones de C02 se generan.
Los países desarrollados son los máximos responsables de llegar a un acuerdo que implique medidas urgentes antes de que sea demasiado tarde para revertir una situación que se acelera exponencialmente cada año. Si la pandemia pareció ser un respiro para el planeta por la paralización global de la economía, la vuelta a la normalidad nos devuelve al escenario prepandémico. Atrás quedan aquellos cielos azules y limpios de contaminación que durante muchos meses se han podido contemplar en las principales ciudades de todo el mundo. Es evidente que ese ‘stop’ que detuvo el planeta no lo soporta el actual modelo de capitalismo global existente, pero es seguro que existen caminos que lleven a encontrar una solución sostenible que proponga un equilibrio entre el consumo desaforado y el mantenimiento de los recursos naturales. No es una cuestión de colores políticos como algunos se esfuerzan en vender. La necesidad de reducir la emisión de gases contaminantes es la mayor responsabilidad de la historia que tienen los gobiernos, las empresas y, por supuesto, los ciudadanos. En unas pocas décadas, las generaciones próximas tendrán el mando y no nos queda otra que dejarles un planeta en condiciones mínimamente habitables. Pongámonos manos a la obra y menos bla, bla, bla.