Por María José Rodríguez Simón, hija de Juana Simón Pardo
Este pasado día 16 se cumplieron 53 años de ‘aquel maldito día’ de 1968. Aquel relevante suceso ocurrido en Ibi aun hoy es ignorado por mucha gente. Por los jóvenes, porque no lo han vivido ni se les ha transmitido y por mayores que ya sus recuerdos permanecen en el olvido. Por eso yo, mientras mi olvido no se produzca, quiero hacer memoria de aquella treintena de personas (de edades comprendidas entre 12 y 65 años) a las que la tragedia segó sus vidas, y de las vidas trastocadas que nos quedaron a los familiares y seres queridos de cada víctima.
Cuando un hijo nace, planeas ofrecerle una infancia feliz, una juventud maravillosa, estudios, trabajos, sus primeros amores, en definitiva... un plan de vida.
Cuando te casas, planeas con tu pareja un futuro feliz, no importa en qué lugar, con sus alegrías, problemas, imaginando y deseando tener descendencia (numerosa, sobre todo en aquella época, por eso quedamos huérfanos familias de 4, 6 y 8 hijos). En definitiva... creas un plan de vida.
Cuando tienes un hermano o una hermana a los que adoras, planeas vivir cada día siendo niños, jugando, peleando, estudiando, compartiendo ropa, contándole tus ligues, en definitiva... creas un plan de vida.
Y cuando eres hijo-a planeas crecer junto a los seres que te han dado la vida, los que te abrazan, te regañan, los que te alimentan el cuerpo y el alma, los que, aun rendidos del trabajo, te ofrecen su mejor sonrisa y miradas impregnadas de amor. Nuetros bastones, los que queremos ver envejecer a nuestro lado y darles nietecitos, a los que sacrifican sus sueños para que se cumplan los nuestros... en definitiva, nuestro plan de vida...
Y ENTONCES OCURRE que, en segundos, en unos malditos segundos, todos esos planes de vida, de padres, madres, hijos, hermanos, de una forma totalmente impensable, trágica, triste, muy triste, muy amarga, se acaban. Nunca mejor dicho, irónicamente “vuelan por los aires”.
Por eso yo, desde que tengo uso de razón ¿sabéis lo que no hago? Planes.
Antes de lo previsto les hicieron marchar (aquí podría empezar a escribir motivos, causas, culpas, culpables de la explosión de la fábrica de la pólvora, pero como todo eso los damnificados lo tenemos claro, ¡pues hasta aquí!).
Hemos llorado y sonreído a la vez al recordar lo poco o mucho que con ellos hemos vivido. ¡Cuánta lágrima, cuánto lamento! Dicen que las cosas ocurren por o para algo. Ya os digo yo ¡QUE NO! Que esto no era necesario por nada ni por nadie.
La vida de los que quedamos se dividió en un antes y un después de aquel maldito día, lo vuelvo a repetir.
El antes fue muy corto, en mi caso tenía 4 añitos, el después se hace largo, muy largo, cuando sabes que no hay retorno, que ya solamente es conformarse y acostumbrarse a vivir o sobrevivir de la forma que cada día nos depara. Afortunadamente hubieron también algunas personas que se salvaron.
No hay consuelo, se dice que el tiempo lo cura todo, pero ¡MENTIRA!
Te van invadiendo sentimientos de injusticia, de rabia, de preguntarnos el porqué, y sobre todo ¿por qué a nosotros? Solamente el luchar por los que quedamos huérfanos ha sido el aliciente para esos padres, madres, viudos y viudas.
Y para terminar este pequeño y humilde homenaje solamente quiero decir que, aun pasados 53 años y mientras mi memoria no sea borrada por el olvido, al SER que me dio la vida y a todos los que con ella se fueron, que les seguiré manteniendo “vivos” porque aunque físicamente los tuvimos “un ratito”, recordarles y sentirles sigue siendo nuestro deseo “favorito”.