Por J. J. Fernández Cano, escritor
Entre autonómicas, municipales y generales, se nos presenta un año florido de elecciones en las que se habrán de batir el cobre los partidos que componen nuestro cuadro político. Habremos de oír infinidad de promesas hechas de las que algunas se cumplirán, en tanto que otras muchas, las más, se quedarán en agua de borrajas. Por la fuerza de la costumbre, ya que son muchas las elecciones vividas como simple ciudadano, quiero pensar que este desaforado afán por prometer el oro y el moro lo hacen con buenas intenciones, no les prestamos demasiada atención, solemos sonreír por debajo del colmillo y considerarlas como parte de la parafernalia electoral.
Lo que me parece una actitud impresentable es que nuestros políticos (o al menos buena parte de ellos) a falta de ofertas que exponer en su programa electoral o críticas constructivas, caen en la ordinariez del insulto más descarnado. Y son, precisamente estas, las tácticas a las que nos tienen acostumbrados los partidos de la oposición, contra el Gobierno de coalición que ocupa la Moncloa y, muy especialmente, contra el presidente Sánchez, al que los partidos de derecha vienen dedicando las más duras acusaciones desde los mismos comienzos de su mandato, tildándolo de traidor, felón y una larga serie de lindezas que, por su abundancia, sería difícil enumerar en este limitado espacio.
Afortunadamente, esta cadena de insultos fue decayendo por su propia vaciedad y los partidos de la oposición han centrado su punto de mira en una obsesión cerril por que el presidente Sánchez dimita de su cargo. Lo insólito del asunto, es que algunos presidentes de comunidades autónomas del PSOE anterior al de Sánchez, los llamados barones, se suman a esta idea de echar al actual presidente de la Moncloa, como solución para que mejore nuestro país. Así lo dicen ellos. Y posiblemente, hasta lo piensen. Lo que ya se sale por completo de madre, es que el presidente del primer partido de la oposición, Núñez Feijóo, afirme que no descartaría la posibilidad de apoyar en muchas cuestiones al PSOE, al mismo tiempo que deslegitima con frecuencia a su líder (Sánchez) y le insta dimitir porque la calle ya no está con él.
Esta obsesión por eliminar al actual presidente del Gobierno del mapa político español, me lleva a conjeturar que sus detractores lo hacen en buena medida por pura nostalgia, echan en falta el bipartidismo que nos gobernó durante la mayor parte de nuestra democracia. No digo -¡Dios me libre!- que la cosa llegara a tanto, pero no deja de preocuparme la posibilidad de que vengamos a recalar en otro bipartidismo como el ya vivido, que tan pocas satisfacciones nos proporcionó, que a muchos españoles nos llevó hasta el empacho.